Primer Domingo de Adviento
Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre. En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. (1 Tesalonicenses 3,12-4,2)
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Comenzamos un nuevo año litúrgico. Cada nuevo comienzo nos abre a la esperanza. Pienso que podemos hablar de dos tipos de esperanza, una inmediata y otra lejana. La primera apunta a lo que ya está a la vuelta de la esquina, aquello de lo que tenemos una cierta convicción de que se concretará rápidamente, como quien espera algo que se le ha prometido para mañana. La otra, la esperanza lejana, podríamos llamarla metafísica. Se trata de la espera de algo -o de alguien- que no sabemos cuándo llegará ni de qué modo lo hará.
La comunidad de Tesalónica se debatía entre esas dos esperanzas, llegando, tal vez, a conjugarlas. Esperaban la segunda venida de Jesucristo, creían que estaba a la vuelta de la esquina, pero no sabían ni el cuándo ni el cómo. De esa manera, su esperanza debía abrir camino a la fe. ¿Qué es la esperanza sino el vestido de la fe?
El texto que se nos regala hoy como segunda lectura recoge algo de eso. Allí encontramos a un Pablo que, revelando una gran ternura paternal, reza a Dios por los creyentes de la comunidad de Tesalónica, la cual no hacía mucho tiempo él había fundado. ¿Qué pide a Dios para aquella comunidad? Dos cosas: primero, que los llene y los haga rebosar de amor, con el fin de que se amen entre ellos y amen a los demás; en segundo lugar, desea que Dios conserve sus corazones en santidad ante Él. Amor para los demás y santidad ante Dios. ¡Todo un programa de vida cristiana!
Hay dos detalles que envuelven este deseo: el amor que desea que mueva la vida de los tesalonicenses quisiera que sea de la misma medida que él los ama a ellos. Es como si les dijera “ámense entre ustedes como yo los amo”. ¡Cuánto nos recuerda esto las palabras del mismo Jesús! El segundo detalle tiene que ver con el “hasta cuando de ese amor”, “hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús”. Apunta, así, a la segunda venida del Señor.
He ahí la razón por la que este texto es propuesto por la Iglesia como Segunda lectura para este primer domingo de Adviento. Durante este tiempo litúrgico celebramos las tres venidas del Señor. La palabra adviento significa precisamente eso, venida, llegada, espera del que ha de venir. Los tres advientos que celebramos durante estas cuatro semanas previo a la Navidad son: el adviento del pasado, que podemos llamar adviento histórico, es aquel vivido por quienes esperaban el nacimiento del Mesías en Belén (los profetas, Juan el Bautista, María, José, el pueblo). Dicho adviento encontró su realización en el nacimiento histórico de Jesús. Luego está el que podríamos llamar adviento del futuro o escatológico. Se refiere a la segunda venida del Señor.
Los textos litúrgicos de este primer domingo apuntan a este. Y tenemos el adviento del presente, que podemos llamar espiritual. Es el que celebramos nosotros cada año como preparación para el nacimiento de Jesús en la Navidad. Podemos llamarlo también “adviento del corazón” porque durante cuatro semanas preparamos nuestro corazón para que Jesús nazca en él. El interior de cada uno se convierte, así, en el pesebre que aguarda el nacimiento del Niño Dios.
En tal sentido, nos viene bien la exhortación que el apóstol Pablo hace a los cristianos de Tesalónica en la segunda parte del texto que inspira esta reflexión: “les rogamos y los exhortamos a que vivan como conviene, para agradar a Dios”. Podríamos decir, para que el Niño Jesús encuentre un corazón preparado a donde pueda nacer. De esta manera, el cuándo de la segunda venida (adviento del futuro) da paso al cuándo del adviento espiritual, el del presente. El cuándo de nuestra preparación es nuestro momento presente.
Antes que prepararnos para la segunda venida del Señor, debemos prepararnos para recibirlo en esta Navidad en nuestros corazones, pues no sabemos si ese encuentro espiritual con el Señor llegue a convertirse en su segunda y definitiva venida para nosotros.