A todos nos cuesta aceptar que la verdadera Navidad, no es algo que nosotros armamos, sino algo que recibimos gratuitamente. Para muchos, la Navidad consiste en un torbellino de actividades: juntaderas, comida y bebida, felicitaciones, regalos, alegrías familiares y cumplimientos profesionales. Con tanto ajetreo descuidamos lo fundamental.

   Este año, desde el primero hasta el 24 de diciembre, la Iglesia nos prepara para celebrar con Aquél que vino, viene y vendrá.

   Ya el Hijo de Dios vino y vivió entre nosotros, naciendo en Belén. Lo vamos a celebrar el 25, pero es bueno recordar, que vino para cumplir la promesa de Dios: “suscitaré a  David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra”  (Jeremías 33, 14 – 16).  Durante estos días, todos los que anhelamos una sociedad justa hemos de profundizar en nuestra fe en Jesús de Nazaret. Nuestro anhelo de justicia y derecho para todos, no es una limosna que mendigamos, sino un programa a realizar, porque ya vino el Mesías.

   Celebramos, que el Mesías es también uno que viene a enseñarnos a caminar en la lealtad (Salmo 24). Sería contradictorio celebrar la llegada de Aquél que no defrauda, con la mentira y la prepotencia. El Salmo nos recuerda, que el Mesías viene para “enseñar su camino a los humildes”. Acerquémonos a los pobres, todavía podemos aprender algo que el Mesías les enseña a ellos.

  Algunas personas lucen un traje nuevo cada Navidad, otros vestimos ropa nueva, y olvidamos que el Mesías está vestido de “misericordia y lealtad”.

   En fin, celebramos que el Mesías vendrá. Esta historia, en la que tantas veces nos han engañado, tendrá un final. Hemos de esperarlo con la cabeza levantada, pues es un final de liberación.

   Adviento, tiempo de andar de pie, despiertos y sobrios, aprendiendo a esperar al que vino, viene y vendrá.

Pie de ilustración. Esperamos una liberación.