Pedro Domínguez
Eludo juzgar, pero me aparto de quien enarbola un color desconsiderando los demás. Soy “mente abierta” y trato de entender la conducta humana, con sus luces y sombras, donde me incluyo. Acepto la personalidad del prójimo, siempre y cuando sus actuaciones no hagan daño; valoro al hermano por sus hechos, no por su condición.
Naturalmente, hay asuntos que no comparto: la “ideología de género”, por ejemplo. Muchos enfrentan con rabia a quienes defendemos la biología, el sentido común y trabajar en favor de la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, con políticas serias en favor de las primeras, donde ya los avances son significativos, aunque falta mucho camino por recorrer.
En un grupo tocamos el tema de lo absurdo que es permitir que una niña o niño decida su sexo o aplaudir que alguien considere que nació siendo perro o gato. Todo transcurría con normalidad, hasta que apareció un promotor de la “ideología de género”, quien, con rostro alterado, se incomodó al escucharnos y nos tachó de “atrasados” y “retrógrados”, entre otras expresiones. Guardamos silencio y yo reflexioné sobre la intolerancia, vista más allá.
Los intolerantes “odian” y “aman” sin comprender los límites de ambas palabras, que mal asumidas pueden ser fatales para el buen juicio de quienes las practican. Juran que sus ideas son las únicas correctas y punto.
Evitemos a los intolerantes políticos. No aprecian las bondades de los contrarios, pues la razón solo la tienen ellos. Evitemos a los intolerantes religiosos que todo lo justifican en nombre de Dios. Nos dijo el papa Francisco que el fanatismo es un monstruo que osa decirse hijo de la religión. Escudarse en ella para cometer actos de barbarie es propio de cobardes.
Evitemos a los intolerantes nacionalistas. Solo ven lo bueno en su terruño, aborrecen naciones porque las consideran inferiores y en nombre de la raza o de una alegada superioridad, humillan, maltratan, condenan y asesinan. Evitemos a los intolerantes que solo piensan en lo material, que justifican y provocan guerras, bombardeos y crímenes para proteger sus intereses o el poder que representan; alejémonos de quienes solo se alimentan con dinero, esos infelices que en sus estómagos prefieren las monedas al agua que refresca el espíritu.
Estamos en una época donde algunos entienden que la tolerancia es de una vía y que todo aquel que razona diferente está lleno de prejuicios, cuando la realidad es que, resaltando que no son mayoría, quienes tienen prejuicios son ellos mismos.
Finalizo informando que en el encuentro aquel, el amigo de la “ideología de género” se marchó de inmediato, lanzando improperios, al notar que ninguno le hicimos caso y empezamos a conversar sobre béisbol.