Padre William Arias
Recientemente el Papa Francisco convocó a un nuevo consistorio o reunión de los Cardenales de la Iglesia, para hablar algunos asuntos y presentar a los nuevos que ha creado. A los elegidos para formar parte del Colegio cardenalicio como se le llama, le envió una carta donde al final le dice que reza para que el título de diácono opaque el de ´´eminencia´´.
Esto trajo a mi memoria un cierto episodio de mi vida el cual viví hace varios años, un día de Corpus Christí. En ese entonces fungía como Canciller de la Arquidiócesis. Mons. Ramón de la Rosa, que era en ese entonces el Arzobispo, por un compromiso fuera del país, no podía estar en la celebración y le pidió al Nuncio de entonces, Mons. Whesolosky (de no muy buen recuerdo para la Iglesia), que presidiera esta magna celebración. Antes de salir me encomendó que luego de la celebración, junto a otros sacerdotes y con Mons. Agripino Núñez Collado (en paz descanse), llevará al nuncio a almorzar a la casa sacerdotal de los sacerdotes retirados de la Arquidiócesis. Al llegar al lugar, un servidor y Mons. Agripino acompañamos al nuncio en una mesa y comenzamos a hablar animadamente sobre la situación del vecino país de Haití, que en esos días había pasado por la tragedia de aquel mencionado terremoto; pero yo, ¡por privar en ´´sabroso´´!, le he dicho al Nuncio: ´´oiga Eminencia…´´, ¡y para que fue eso!, aquel hombre, medió se envalentonó delante de mí y me recriminó diciendo, que no sabía por qué, siempre le decían ´´Eminencia´´, cuando su título es el de ´´Excelencia´´. A mí, que para ciertas respuestas, en ciertos momentos, no hay que esperarme mucho, le dije: ´´Pues a mí esa vaina de Eminencia o Excelencia me da igual´´. Mons. Agripino, un tanto sorprendido por la respuesta, y como buen y fino mediador que era, dijo: ´´Nooo Padre Arias, lo que el nuncio quiere decir es que blablablá…´´, y cambió el rumbo de la conversación, y yo me alejé del lugar e incluso después del almuerzo ni me despedí, de aquella ilustre ´´Excelencia´´ en su momento, que debía de atender. Por eso me alegró mucho lo del Papa Francisco en decirles a los neos Cardenales, que se preocupen más por el título de ´´Diácono´´, que significa: ´´Servidor´´, más que el de ´´Eminencia´´, y yo le agregaría el de ´´Excelencia´´, que tienen más mote mundano y encierran más categorías de poder que de servicio. El mismo Jesucristo le recomendó a sus discípulos en su momento que se alejarán de los títulos que pudiesen darles (Mat 23,8-10), pues en su tiempo los Fariseos de ciertas facciones les encantaban que tal titulaje se le diese; pues si los discípulos querían ser verdaderamente importantes, que eso se diese por mediación de la actitud humilde y del servicio a la comunidad y a sus hermanos.
En la Iglesia no hay cargos sino cargas, decía alguien, yo diría: lo que hay son responsabilidades en base al ministerio o al servicio al cual se ha sido llamado, pues incluso ninguno debe ser buscado, sino solo responder si se presenta ante el llamado del Señor y la Iglesia, y si se busca debe ser el más humilde y sencillo, no con la mentalidad de que vean mi humildad y sencillez, pues hasta en lo espiritual puede presentarse cierta soberbia, él asunto acá es de solo estar dispuesto para el Señor y el servicio a los hermanos en donde sea y cómo sea, mientras más al último mejor, sin títulos, pues el mismo Jesús al llamarnos nos llama por nuestros nombre, entonces: ¿Por qué mis hermanos tienen que llamarme de otra forma?