Por: José Jordi Veras Rodríguez
Existen batallas que hasta que no podamos reconocer lo que somos; lo que necesitamos mejorar y lo que debemos ver, no podremos vencerlas y seguirán ahí para seguirnos enseñando lo que necesitamos ver, muchas veces haciendo que lo cuestionemos o busquemos la responsabilidad de todo, en otros y no mirarnos a nosotros mismos.
A veces las pruebas son el fruto de batallas que no quisimos asumir o de consejos que no escuchamos o que pensamos que asumir la soberbia era la mejor salida.
A veces nos detenemos solamente para mirar en qué hemos fallado o en qué hemos tirado la toalla. Será sano, siempre y cuando estemos siendo conscientes de nuestros yerros y de que somos humanos y podemos cometerlos pero no seguir ahondando en los mismos, cayendo en la misma actitud y comportamiento.
Solamente cuando eres capaz de reconocer que solo no podrás. Que así como sucedió con Moisés que por sí solo no hubiera podido ser el profeta y guía de un pueblo. Tuvo que reconocerse y mirar más allá de su ego; soberbia; egoísmo; y a pesar de haber asesinado un egipcio defendiendo una injusticia contra un judío, Dios lo perdonó y le entregó la tarea de conducir su pueblo.
O con David, que a pesar de haber sido gran guerrero no fue suficiente porque para convertirse en rey Dios le mostró que debía asumir sabiduría y atravesar otros desafíos que necesitaba enfrentar para terminar de moldearlo.
O la Madre Teresa, no podía haber cambiado el mundo moderno si no fuera a través de su ejemplo.
Ellos y otros, no eran superdotados, eran seres humanos con grandes debilidades pero decidieron asumir un propósito junto a Jesús.
Hoy puede que estés pasando lo peor. Que hasta tocado fondo, que creas que todo lo que hoy enfrentas esté por encima de tu capacidad. Solo pregúntate: ¿Estoy yo haciendo lo mismo que me trajo aquí a esta tormenta? ¿Has sido capaz de despertar y mirar a Dios y pedirle perdón o darle gracias por lo más mínimo que hayas recibido y que creas que no es una bendición, pero que quizás pudo o puede ser peor? Esa respuesta es solo tuya.
A veces, El no nos pone las dificultades, sino que son fruto de nuestras consecuencias y en medio de ellas, si te pone las piedras para que dejes de andar igual y despiertes a su llamado.
Haz lo que te toca aunque duela. Haz lo que te corresponda aunque tengas que nadar contra tu corriente de comodidad o de tu acostumbrada forma de ver las cosas.
Hazlo aunque hacerlo sea tu mayor reto. Pero hazlo por ti y por El, que cree en ti, de alguna manera, si hasta aquí te ha dejado, es que aún no ha terminado contigo, y desea que no renuncies a luchar.