Por: José Jordi Veras Rodríguez.
Hace poco nos encontramos con nuestro antiguo vecino, Don Simón de Castro, y en medio de la conversación le pregunté ¿Usted me recuerda? Y nos respondió de forma simple: ¡Claro, “Veras, donde pasé mis mejores momentos, en los Jardines Metropolitanos!”.
Hace más de cuarenta años que vivimos nuestra niñez en el sector Los Jardines, aquí, en Santiago. Así como lo fue para él, fue para cada uno de los que vivimos durante todos esos años en esa comunidad de familias. Estamos hablando de la década de los 70s.
En esos tiempos, los muchachos teníamos la obligación de idear juegos dentro y fuera de la casa. Nos entreteníamos con paquitos, muñecos y juegos de mesa. Ya en las calles, desde jugar el béisbol, balón-tiro, el pañuelo, el pisa-colá, la plaquita, la vitilla, las escondidas, la botella, la minga, entre muchos otros. Que hoy pueden resultar aún más divertidos, pero no existe la misma integración entre vecinos como la que había en esa época. También, el nivel de confianza que existía, y había menos malicia en la misma sociedad.
Desde que uno llegaba de las escuelas, el poco tiempo que se regalaba para disfrutar, se aprovechaba al máximo, porque había que hacer tareas y acostarse temprano, para el otro día de colegio. Era muy difícil que usted viera un muchacho en casa ajena a las 10pm, y si se daba, usted sabe que tendría problemas con sus padres. ¡Cuánto corre corre!
De esos tiempos, por la calle Proyecto 7, vivían las familias que recordamos: Los Pandelo, Los Ari Rosado, Los De Castro, Los Fanini, Los Genao, Doña Ana, La jueza María, que era soltera, y siempre tenía una habitación en la segunda planta de la casa, y la rentaba en forma de pensión, y por ahí pasaron los más importantes jugadores importados de Las Águilas Cibaeñas. Recordamos al panameño Omar Moreno.
Eran tiempos en que también reinaban los Doce años de Balaguer, y era lo único con lo que se tenía que lidiar, por las amenazas del régimen, y nuestra casa era un punto muy observado. Los ladrones que aparecían, robaban ropas tendidas en el patio y una que otra prenda, pero no había ese temor de hoy.
Todavía no había necesidad de enrejar las casas y que las mismas parecieran fortalezas. ¡Cuánto hemos cambiado!
Nuestra área quedaba detrás del cine Doble, que luego fue de tres salas. Era el pasatiempo de jueves y domingo. Había una cafetería que era administraba por un cubano, si no mal recuerdo, y hacía los mejores sándwiches. Teníamos el negocio de La Lata, que era un restaurante de pizzas y demás, y de juegos para niños. Su nombre le viene porque tenía una gigantesca lata color verde.
Había el negocio de comidas La Chimenea. Allí se hacían pizzas por igual y se realizaban los extra innings, luego de los partidos de Las Águilas Cibaeñas, y ahí se comentaban los juegos, con participación de los peloteros más sobresalientes de ese día.
Teníamos para complementar, la Iglesia de Las Mercedes, en el Politécnico, que es el modelo que debió seguirse en la educación pública. No sabemos cuántos vidrios rompimos jugando béisbol, de pelotas que llegaban hasta el ventanal.
El solo hecho de hacer el recordatorio para llevar a cabo este artículo, nos llenó de satisfacción y de nostalgia. Aún hoy, cualquiera de los que fuimos vecinos, muchachos en ese tiempo y de los padres, nos saludamos con cariño y respeto. Es cierto, como nos dijo, Don Simón de Castro, nuestros mejores tiempos.