por Eduardo M. Barrios, S.J.
El 7 de junio se celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y todo Junio se considera mes en su honor.
Tomemos el sexto mes del año como favorable coyuntura para reflexionar sobre la afinidad entre el espíritu ignaciano y la devoción al Sagrado Corazón.
Para entender el origen de todo esto, debemos remontarnos hasta el Calvario. Allí sucedió algo que San Juan reporta enfáticamente:
“Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también Ustedes crean” (Jn 19, 33-35). Semejante aseveración impresionó tanto a los primeros Santos Padres y Doctores de la Iglesia, que pronto comenzaron a poner las bases para el culto al Sagrado Corazón.
Quienes deseen conocer en detalle cómo se desarrolló esta devoción, se les recomienda el excelente libro del P. Guillermo Arias, S.J., titulado “Un Corazón para siempre”.
Llegados al siglo XVI nos encontramos con un laico fervoroso que en el poblado catalán de Manresa comenzó a escribir un libro en 1522; no lo terminó hasta el 1541, siendo ya sacerdote. El autor, Ignacio de Loyola. El libro, “Ejercicios Espirituales”.
Ese manual de oración ha demostrado ser un instrumento muy eficaz de santificación. La eficacia proviene de que se basa casi todo en los cuatro evangelios, textos inspirados que revelan el Corazón de Jesús. Ya lo dijo Santo Tomás de Aquino: “Por medio del Corazón de Cristo se entiende la Sagrada Escritura”. Siglos después, año 1956, el Papa Pío XII publicó la Encíclica “Haurietis Aquas”, en la que enseña que esta devoción se fundamenta en la Biblia y no en revelaciones privadas por muy dignas de crédito que sean.
Dado que en sentido metafórico la palabra “corazón” se refiere a la interioridad de la persona, debemos destacar que quien hace el retiro ignaciano pide incansablemente “conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre” (EE. 104). (El subrayado es nuestro). Del interior de Jesús, su Corazón, brota toda su vida superior o espiritual, es decir, el mundo de sus pensamientos, sentimientos, emociones y proyectos. En su Corazón sólo late una ardiente pasión, el amor al Padre que lo envió y el amor a quienes vino a redimir.
La reparación es un rasgo de esta devoción, y aparece en los Ejercicios. El ejercitante se siente interpelado a corresponder a tanto amor. En un coloquio se pregunta: “¿Qué debo hacer por Cristo?” (EE. 53). En la tercera etapa del retiro, el ejercitante da un paso más y se pregunta: “¿Qué debo yo hacer y padecer por Él?” (EE.197).
Entre los jesuitas contemporáneos de San Ignacio figuran dos que hicieron referencias explícitas al Corazón de Jesús, a saber, el Doctor de la Iglesia, San Pedro Canisio, y el tercer General de la Compañía de Jesús, San Francisco de Borja.
Esta devoción llegó a su madurez en el siglo XVII incluso en el aspecto iconográfico. Influyeron santos como San Juan Eudes (+1680) y el jesuita francés San Claudio La Colombiere (+1682). Este último, en calidad de director espiritual de Santa Margarita María de Alacoque, le dio luz verde para dar a conocer sus experiencias místicas y las promesas del Sagrado Corazón. A ella también se le reveló que los jesuitas debían convertirse en apóstoles del Corazón de Jesús.
Dando un salto de un siglo, llegamos al 1773, año en que el Papa Clemente XIV, presionado por las cortes borbónicas, suprimió la Compañía de Jesús muy a su pesar. Pero otro Papa, Pío VII, la restauró en 1814. De sus cenizas resurgió con mucho impulso el Instituto de los Jesuitas. Y retomaron con entusiasmo el legado de San Claudio y de Santa Margarita María.
Los frutos no se hicieron esperar. En 1844 el director espiritual de unos jesuitas en formación fundó con ellos el Apostolado de la Oración, corriente de espiritualidad que enfatiza la devoción al Corazón de Jesús. También cobraron brío las antiguas Congregaciones Marianas, luego conocidas como Comunidades de Vida Cristiana.
Avanzado ese siglo XIX, la Congregación General XXIII de los jesuitas (1883) asumió con nuevo ímpetu el deber de dar a conocer las riquezas del Corazón de Jesús bajo la conmovedora expresión, “suavissimum munus” (agradabilísimo encargo). A partir de ese momento los jesuitas experimentaron un aumento vocacional sin precedentes, llegando a contar con 35,000 miembros entre padres, escolares y hermanos en 1965.
Este mes de junio nos invita a encarar el reto que supone una sociedad tecnológica, secularizada y combatida por las ideologías del relativismo, el materialismo y el hedonismo. Se necesitan nuevas pedagogías para seguir dando a conocer “la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo que trasciende todo conocimiento” (Cf. Ef 3, 18-19).