Me encanta el ajedrez, independientemente de que con el tiempo la calidad de mi juego se esfuma. Como consuelo, la mayoría de los buenos ajedrecistas del mundo son jóvenes. La edad, que conlleva una experiencia beneficiosa en otros aspectos, no es buena aliada del juego-ciencia.
El ajedrez para mi es sinónimo de vida. El ajedrez y la vida, sea esta cotidiana o extraordinaria, tienen mucho en común. Miguel de Cervantes escribió que “el ajedrez es semejante a la vida” y el excampeón mundial Gari Kaspárov afirmaba que veía en la lucha ajedrecística un modelo pasmosamente exacto de la vida humana, con su trajín diario, sus crisis y sus incesantes altibajos. En esas frases me inspiraré.
En este artículo no me referiré a los múltiples beneficios que brinda el ajedrez en el desarrollo de la capacidad intelectual y de las habilidades de inteligencia emocional, constituyendo una herramienta para el mejoramiento del coeficiente intelectual y del rendimiento escolar de los niños y jóvenes que lo practican. En este orden, promueve la atención y concentración, nutre la memoria y el razonamiento lógico-matemático, ayuda al control emocional, motiva transparencia y adaptabilidad, así como el trabajo en equipo y la colaboración.
Me enfocaré en la naturaleza humana y las similitudes que tiene el ajedrez con nuestro comportamiento, como si nuestras ideas y acciones transcurrieran sobre un tablero donde nosotros colocamos nuestras piezas y las movemos, siempre frente a un contrario, y dependiendo de ello perderemos, triunfaremos o haremos tablas o empate.
Para mi propósito, recurriré a algunas reflexiones que retratan el título de este artículo, además de las del autor de “El Quijote de la Mancha” y del Gran Maestro, GM, de la antigua URSS. Inicio con una sin desperdicios, es del GM Savielly Tartakower: “Nunca se ha ganado una partida abandonándola”.
Otra que me fascina es del excampeón mundial Vasili Smyslov: “En el ajedrez, como en la vida, el adversario más peligroso es uno mismo.” Mientras que el genio estadounidense Benjamin Franklin aseguraba que “la vida es como el ajedrez, con lucha, competición y eventos buenos y malos.”
Y para los que juran que hay seres superiores e inferiores, Paul Charles Morphy, uno de los mejores ajedrecistas del siglo XIX, sentenció: “El peón es el más importante instrumento de la victoria”. El rey es la pieza más débil.” James Mason, también jugador de esa época señalaba: “Todo peón es una reina en potencia.” Creo que todo lo anterior no requiere comentarios.
El ajedrez y la vida: ¡Cuánto parecido! Y nunca olvidemos en nuestro caminar este extraordinario dicho irlandés: “Cuando termina la partida de ajedrez, el peón y el rey regresan a la misma caja.”