El papa Francisco es mi líder en este mundo cada vez más complicado. Y no solo porque es el guía espiritual de nosotros los católicos, también porque sus enseñanzas enriquecen su misión y sus palabras precisas, responsables y justas, promueven la paz, la armonía y la comprensión entre los humanos, independientemente de su credo, color de piel, ideología política, pobreza o abundancia.
Su presencia inspira confianza. Su valor para expresar lo que algunos temen decir es digno de aplausos. Sigue firme, entusiasta, no importa que esté cansado o enfermo, hace todo lo posible por siempre estar presente en silla de ruedas, en su “papamóvil” o asistido, aunque se deteriore por momentos su salud. Es un ejemplo a seguir, un sano referente para gobernantes y gobernados, pues todos, de alguna manera, somos parte de uno de esos dos grupos.
Por ello no pierdo la oportunidad de promover sus reflexiones, las que estudio, valoro, admiro y, dentro de mis posibilidades, trato de llevar a la práctica. Es común que me refiera a ellas en mis artículos en el Semanario Católico Camino y en el periódico El Caribe.
Su Santidad, en Semana Santa, en su pasada bendición “Urbi et Orbi” en la Plaza San Pedro, frente a más de 60,00 fieles, de nuevo nos dio cátedras de lo que debe hacer un hijo de Dios que eleva su respetada voz para lograr una mejor convivencia entre todos.
Allí dictó sentencias que tienen la autoridad de la cosa irrevocablemente juzgada, enfocándose sobre todo en los conflictos entre Rusia y Ucrania e Israel y Palestina y las amenazas de guerra en Europa. Afirmó: “No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en sus ojos. Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción?”.
“La guerra es siempre un absurdo y una derrota. No permitamos que los vientos de la guerra soplen cada vez más fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo. Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme”. Además, reiteró su llamado a la liberación de los rehenes israelíes y a un cese al fuego inmediato en Gaza, (donde, en términos particulares, he visto la barbarie en su máxima expresión); por igual, pidió un intercambio general de todos los prisioneros entre Rusia y Ucrania.
En el momento de su bendición “Urbi et Orbi” entre los peregrinos hubo gritos de júbilo y exclaman: “¡Viva el papa!”, “¡Viva el papa!”, “¡Viva el papa!”. Así debería corear la humanidad: “¡Viva el papa!”, “¡Viva el papa!”, “¡Viva el papa!”.