Hoy me referiré a la actual transición en varios municipios y distritos municipales del país, donde eligieron nuevos alcaldes y directores municipales, resaltando sí que muchos de ellos han intentado hacer bien su trabajo.
En la política tercermundista la transición suele ser éticamente peligrosa. En Dominicana es una enfermedad contagiosa. No todos mantienen una conducta intachable y la frente en alto cuando están a punto de cesar en sus funciones, como si hacerlo fuera una cobardía y no un acto de responsabilidad y honor.
Cuando el tiempo se agota, en nuestra tradición política se hace y deshace; entre los indignos, los buches todavía no están suficientemente llenos (algunos sufren de indigestión pecuniaria). Cada cosa debe hacerse rápido, laborando al amparo de la madrugada, incluso sin guardar las apariencias de lo que se aprueba y se prueba, buscando la manera de sacarle el mayor provecho personal a esa circunstancia, por si acaso no vuelve a repetirse.
Esta transición, desde la elección en febrero hasta la toma de posesión en abril, dura más o menos dos meses. Es un espacio bastante largo para perfeccionar o inventar travesuras. ¡No es un período de gracia, tolerancia y gula para los que salen! Aquí ciertos políticos se comportan como el glotón condenado a muerte, frente a un manjar en su última cena.
Sucede que le ponemos atención a la transición presidencial, a la de los jefes y olvidamos las demás, que por pasar algo desapercibidas, suponemos que no son significativas en términos morales y del futuro de la patria, cuando lo que ocurre en ella puede ser altamente perjudicial para el erario y la institucionalidad, especialmente porque los ayuntamientos y distritos municipales son los que más relación tienen con la población, desde la recogida la basura hasta el contacto directo con las juntas de vecinos.
Creo que las decisiones de cierta importancia que tengan lugar en la transición, en cualquier modalidad, se reputan en principio de mala fe, con propósitos oscuros. Ahora algunas alcaldías están muy activas en determinados aspectos y en otros bastante flojos, con los funcionarios sentados, como si merecieren una gloriosa retirada, en la calidez del hogar. Se escuchan serias quejas en los ayuntamientos que cambiarán de color, donde las maletas del viaje de partida requieren ser revisadas.
La transición en no pocas ocasiones se torna intransitable para la prudencia y el bien común. Debemos estar vigilantes para que más pronto que tarde las transiciones de este tipo sean normales, de colaboración sana entre los que se van y los que vienen y si alguien falla para ello están la ley y las correspondientes auditorías.