Ojalá el enero fuera eterno. Es el mes de la reflexión, del interés en renovarnos. Inicié meditando que si no sabemos a qué puerto navegamos, ningún viento nos será favorable. Asociaba esa frase con la palabra “oportunidad”, del latín “opportunitas”, que se refería a las opciones que tenían los marineros antes de llegar a su destino. Debían aprovechar las oportunidades en los momentos de calma, sea estableciendo la mejor ruta a seguir o estudiando los mares, sin dejar de estar alertas para buscar una salida a los problemas que se presentaran.
Anhelo que el 2024 sea, en el buen sentido, un año de no dejar escapar oportunidades y de facilitar oportunidades a los demás. En ese orden, alguien me preguntó cuáles eran mis metas a partir de este enero, como si diera por un hecho que todos nos proponemos hacer cambios, mejorar y embarcarnos en nuevas empresas.
Le respondí que mis sueños eran muy pretenciosos, pues nadie se eleva más allá de lo que aspira. El que piensa en pequeño apenas gateará en un mundo repleto de seres veloces. Nosotros creamos nuestras propias barreras y le damos la altura y la impenetrabilidad que escojamos.
Si intentamos caminar desde Santiago hasta La Romana, pero antes de empezar nos conformamos con llegar a Bonao, probablemente no pasaremos de La Vega. Sin perder la noción del buen juicio, no nos tracemos límites, que eso atrofia el espíritu, debilita nuestro rendimiento y llena de mugre nuestras venas.
Los primeros días del año nos consideramos grandes. Es un momento de optimismo, de ser osados y juramos que venceremos, que ahora lucharemos por crecer más como personas, que le serviremos con más amor al prójimo, que nos acercaremos más a Dios, que cuidaremos más nuestra salud mental y física, que disfrutaremos la vida con mayor intensidad, que trabajaremos más duro, que compartiremos más con nuestros seres queridos… La lista es inmensa y estamos dispuestos a cumplirla.
En ese tiempo saludamos sonrientes y felicitamos a todo el mundo, incluso sin conocer bien a la persona. El teléfono no descansa. Y tratamos de perdonar y de que nos perdonen. Nos transformamos, como nunca, en seres amables, tolerantes y solidarios. Es algo mágico, emocionante, casi místico.
Esta actitud es contagiosa. La tristeza se esfuma y hasta las Iglesias y conventos reflejan colores más alegres. La cobardía se jubila. Es como si nos lanzáramos a una conquista, con bríos, esperanzas y ganas de triunfar. Seamos los protagonistas de nuestro destino y promovamos el éxito de los demás. Démonos y demos más oportunidades en este 2024 y ojalá el ánimo y los sentimientos de enero se mantengan durante todo el año.