La desesperación es uno de los peligros más grandes en la vida moral y espiritual. Cuando uno llega a pensar que no tiene remedio, que no puede mejorar, que su vida consiste solamente en una serie de errores y de culpas sin fin, que es imposible rectificar, que ni siquiera Dios es capaz de perdonar los propios pecados, entonces hemos caído en el pecado de la desesperanza. Esto nos paraliza, nos impide trabajar por mejorarnos, nos aparta de la misericordia, ahoga la posibilidad de una conversión.  Por eso es grave y peor de los pecados por las terribles consecuencias que produce. El que se desespera abandona la lucha, da vía libre a los vicios. Tanto Antiguo como el Nuevo Testamento presentan situaciones de este tipo (2 Samuel 19, 1-2); (Hechos 27,20).  

Es bueno ver cómo Cristo trata a los pecadores, incluso a los peores. No condena, no reprocha, no rechaza. Come con ellos, les habla con respeto. A veces somos muy duros con nosotros mismos, no alcanzamos a perdonarnos por nuestras faltas. Podemos decir que cada hombre tiene su noche de sufrimiento. Nunca ha sido de otra manera (Olav Dunn). Pero, solo bajo la mirada de Dios nuestro corazón puede recuperar la paz. 

El beato P. Bronislao Markiewicz escribió, que después del intento victorioso de San Miguel, Dios le recomendó una nueva gracia previamente desconocida.  Y así nos incita a luchar por la causa de Dios, para que reine la santa paz en las almas humanas, en la Iglesia de Cristo, que es la orden natural del amor.  

Entonces, Dios envía a los ángeles para ayudar al hombre a recordar cómo salvarse de la desesperación y alcanzar la salvación eterna.  Su fuente de éxito es permanecer ante Dios para contemplarlo y adorarlo.  Así nos recuerdan estas dos fundamentales tareas de la vida cristiana: la contemplación y la guerra espiritual, que significa lucha con sus propias debilidades y pecados.

Señalan, que el camino hacia la verdadera felicidad pasa por el servicio a Dios y al hombre, vivido con todo su ser, con todas las capacidades y dones. Al abrirnos a Dios y a los hombres nos liberamos de situaciones desesperantes y entramos en el camino de la felicidad en esta vida y en la eternidad.

Ser “para” es un antídoto, una espiritualidad plenamente angelical. Quizás por eso los ángeles son tan libres, alados e invisibles, porque no están agobiados por los asesinatos que giran en su entorno.  En cuanto a nosotros, los problemas nos llevan a veces a la desesperación e incluso al suicidio. El egoísmo puede matar, y ciertamente te sumerge en un pozo de tristeza y constante miedo.  Mientras que la esperanza de Dios guíe nuestros pasos y hace ver posible la salida, todo está bien. 

Santos ángeles, ustedes brindan a las personas tierno cuidado y preocupación, sean una fortaleza para todos aquellos que están sumergidos en el dolor y la desesperación. Mantengan sus esperanzas vivas. Muéstrenles salidas de su desesperación. Amén.