por Javier López ,S.J.
Las religiones de los pueblos antiguos contenían estos dos graves errores:
1) Creían en muchos dioses; eso se conoce como politeísmo.
2) Los egipcios le dieron a sus dioses figura de animales. En cambio los fenicios, cananeos, griegos y romanos los representaban curiosamente como mitad humanos y mitad animales.
Dios quiso que el pueblo elegido no cayese en esos errores de sus vecinos, y por eso les prohibió hacer representaciones suyas.
Aquellos pueblos primitivos tributaban adoración a la imagen misma. Creían que los dioses vivían en las imágenes. Llegaron al extremo de llevarles comida en bandejas de oro y plata como si necesitasen alimentarse.
A la luz de esas prácticas idolátricas, se entiende el alcance de la prohibición divina sobre las imágenes.
Pero al Pueblo de Dios le resultaba difícil creer en un Dios invisible. Por eso en una ocasión adoraron un becerro de oro para indignación de Moisés y de Dios mismo.
Los profetas del Antiguo Testamento arremetieron vigorosamente contra la idolatría. Recordemos las palabras de Isaías: “Retrocederán defraudados los que confían en el ídolo, los que dicen a una estatua, “Tú eres nuestro Dios” (42,17). La Biblia enseña que la idolatría consistía en “llamar dioses a las obras de sus manos humanas” (Sab.13, 10).
Sin embargo ya en el Antiguo Testamento hubo algo de tolerancia hacia las imágenes. Dios quiso, por ejemplo, que se fabricasen dos querubines para adornar el Arca de la Alianza (cfr. Ex. 25,18-22)
Pero al llegar “la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4), el Dios invisible del Antiguo Testamento se hace visible en el Hijo encarnado, Jesucristo.
Lo dirá claramente el mismo Jesús: “Quien me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14,9). Y San Pablo lo llamará, “Imagen del Dios invisible” (Col 1,15).
A partir de la llegada al mundo de Jesús, Dios y hombre verdadero, caduca la antigua prohibición de hacer imágenes. Por tanto, quienes pertenecemos al nuevo Pueblo de Dios podemos hacer imágenes de Jesús, en quien Dios dejó de ser invisible.
Pero los cristianos también comenzaron a representar a la Virgen María y a los santos. En esos subterráneos romanos, llamados catacumbas, donde los cristianos se reunían a orar y celebrar la Eucaristía, se conservan escenas bíblicas de la vida del Señor, de su madre y de los apóstoles. Les gustaba mucho representar a Cristo como el Buen Pastor.
Los primeros cristianos sabían bien que no daban culto a las imágenes, sino a lo que representaban. La veneración a las imágenes religiosas equivale al respeto que se siente ante la foto de un ser querido; no es idolátrico besar la foto de la madre difunta.
Hay que evangelizar a la feligresía católica para que no se extralimiten en el uso de las imágenes, como sucede con frecuencia. Deben saber distinguir entre adorar y reverenciar.
En resumen, la Sagrada Escritura, tomada en su conjunto, no condena el uso de imágenes y símbolos religiosos. Sólo prohíbe la adoración y la relación supersticiosa con los mismos.
En cuanto a la veneración de la Virgen y de los santos, acudimos a ellos como intercesores y los tomamos también como modelos de santidad para imitar sus virtudes cristianas.