Sor Verónica De Sousa, fsp
Retomo esta columna semanal por cordial insistencia de nuestro querido director, Apolinar Ramos. Gracias, Polo. Y gracias a ti, que me lees.
¡Estamos casi a fin de año! Y nos acercamos a la conclusión de este ciclo envueltos en una guerra fratricida. Como lo son todas las guerras, desde el altercado de Caín y Abel, que tiñó de sangre el suelo dedicado a preservar la vida a través de la siembra.
La guerra puede parecernos lejana, puesto que afecta a países distantes del nuestro. Sin embargo, el anhelo de paz está sembrado en nuestros corazones, es parte de nuestro ADN. El Papa nos invita a orar y ayunar, implorando el don de la paz. La oración por la paz es de vital importancia, porque a Dios le gusta escuchar los deseos de nuestro corazón.
Pero, además, tú y yo podemos hacer algo más por la paz. ¿Cómo podemos comenzar a trabajar por la paz? Deponiendo las armas del propio corazón.
Cuando veas la guerra lejana; el conflicto, como algo que no te toca, ve un poco más allá y piensa:
Rusia – Ucrania; Hamas – Israel… Y tú, ¿contra quién?
Conflictos en el corazón de nuestros pueblos… ¿y tus propios conflictos internos?
A veces, basta una mirada, una palabra, una interpretación errada, un silencio, un secreto deseo de dominar… y allí, en esa relación, se pierde la paz. Incluso, si nadie ha voceado. Pues cuando perjudicamos la justicia atentamos contra la paz.
Recordemos a san Juan Pablo II: “No hay paz sin justicia. No hay justicia sin perdón”.
Tu actitud puede hacer la diferencia.