Pedro Domínguez
Cuando escuché su nombre pensé que era Takashi, un famoso artista moderno japonés; imaginé que como le dio COVID 19, estaba acusando de su problema viral a un chino llamado Yai Lin. No entendía mucho el despliegue publicitario de la noticia, ni ver tantos jóvenes seguirla con apasionado interés.
La curiosidad me invadió. Luego leo que es Tekashi, no Takashi, que es rapero
y que la historia es muy distinta, una mezcla de violencia con chisme y morbo, donde lo importante es que se establezca la verdad. Pero mi mayor confusión fue al intentar escuchar su “música” y la del chino, que resultó ser una dama llamada Yailin.
Algo similar me ocurrió con Tokisha, juraba que era una intelectual de la tierra del Sol Naciente, agregando que, luego de enterarme de la triste realidad, me dio vergüenza ajena que nos representara internacionalmente. ¿Será que los nombres al estilo japonés están de moda?
Este mundo está raro. ¿Agoniza el buen arte? No soy anticuado. El verbo “tolerar” lo tengo tatuado en mi corazón. Resalto y apoyo la diversidad creativa, aunque algo no me agrade; pero si bien es cierto que el arte se desarrolla en libertad, esa libertad tiene su límite en la medida que degrada la dignidad humana o estimula el mal comportamiento e incluso la ilegalidad. Eso es libertinaje.
En la música juzgar lo que es bueno es muy subjetivo. Demasiados gustos tenemos los hijos de Dios para encasillarnos y las opciones son interminables. Nadie puede criticar al que prefiere Tatico Henríquez que Beethoven, ambos con gran calidad en su género; eso sí, aunque lo respete, nunca entenderé que alguien admire más a Onguito que a Serrat. Naturalmente, el problema es que no se valoran los talentos reales.
Tengo mis reservas con la “música urbana” y la conducta de varios de sus protagonistas, donde los escándalos no cesan. Algunos suplen la mediocridad con indecencia, solo para llamar la atención. He compartido con exponentes de la “música urbana” y, siendo justos, entre ellos los hay con buena fe y deseos sinceros de hacer su trabajo lo mejor posible. Muchas de sus interpretaciones son interesantes. No me refiero a ellos.
Resaltando el sagrado principio de la libertad de expresión, el Estado debe involucrarse buscando opciones para que estas manifestaciones musicales tengan mayor control cuando promuevan antivalores. Y los medios de comunicación también tienen la responsabilidad de no promocionar todo aquello que perjudique el buen desarrollo del país.
Mientras tanto, con una gorra puesta de lado, disfrutaré un poco cantando el siguiente rap: “Takashi, Tekashi, Tokicha, Yei Lin, Yailin, esta cosa parece no tener fin; chí, chí, achí así, chí, chí, achí así”.