Como sabrán, siendo yo un adolescente de calzón corto, fui monaguillo de los padres canadienses Misioneros del Sagrado Corazón, en Licey al medio. La entonces capilla del Sagrado Corazón, de dicho poblado, era atendida desde la Parroquia de La Altagracia, en Santiago, regentada entonces por los Misioneros del Sagrado Corazón.
Sirvieron en ella los padres Santiago Godbout, Romano Billancourt, Louis Grenier, Reynaldo Paris… Y antes que ellos, Cipriano Fortin, René Bouchard…
Santiago y Nagua-Samaná fueron los primeros bastiones de esos misioneros intrépidos, provenientes de Cánada, sobre todo de la provincia de Quebec.
Ya he dicho que, después de mi madre, el padre Santiago Godbout fue el primero en preguntarme si yo quería ser sacerdote. Como le dije que sí, me envió a una especie de jornada vocacional de los MSC.
Sucedió entonces, que abrió sus puertas el Seminario Menor San Pío X en Licey, y yo ingresé como seminarista menor. Por eso era frecuente que, al encontrarme después con el querido padre Santiago, me dijera invariablemente, mientras sonreía y me señalaba con el índice: “Me jugaste sucio…”.
Un retoño de dicha Congregación, Mons. Héctor Rafael Rodríguez, brotado del testimonio acrisolado de esos Misioneros, nacido en la comunidad de Sánchez (Samaná), fue designado por el Papa Francisco para sucederme como Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros. Ya antes, un insigne hijo de Nagua, Mons. Valentín Reinoso Hidalgo (Plinio), llegó a Santiago como Obispo Auxiliar. Hubo una siembra fatigosa, y ahora es tiempo de la cosecha.
Aquellos pioneros, misioneros y fieles hijos de la Iglesia, se regocijan ahora con tan grata noticia. Y todos nosotros celebramos con ellos las inefables sorpresas de Dios.
+ Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez
Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Santiago.