Miguel Marte
Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: “Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.” (Isaías, 45, 1.4-6)
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En nuestro texto aparece un nombre: Ciro. ¿De quién se trata? Posiblemente se refiera a Ciro II de Persia, quien estando al frente del nuevo imperio que ha desplazado a los neo-babilonios propone una nueva política, más abierta y tolerante, en relación con los pueblos conquistados. En efecto, Ciro emitió un decreto conocido como “Edicto de Ciro” (539 a.C.), a través del cual promovía la libertad y tolerancia religiosa de todos sus súbditos. En el caso de Judá fue incluso más allá y ordenó, según nos cuenta la historiografía bíblica, la reconstrucción del templo de Jerusalén. También permitió que los exiliados que aún permanecían en Babilonia regresaran a su patria para reconstruirla. Como se comprenderá dicho Edicto constituyó un mensaje de esperanza para muchos de los que aún vivían en destierro. El primer grupo probablemente regresó a su patria en el año 538 a.C.
El autor anónimo que está detrás de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, llamado Déutero-Isaías o Segundo Isaías, anima al pueblo para que acepte la política de Ciro y regresen a Palestina. El autor describirá dicho retorno como un nuevo éxodo. Si el pastor utilizado por Dios en el primero fue Moisés; en el segundo será Ciro. El mismo Dios que los sacó en el pasado de Egipto y le dio una tierra es el mismo que dirige la historia de todos los pueblos y ahora posibilita su regreso. A lo largo de esta segunda parte del libro profético Ciro aparecerá como el gran liberador del pueblo judío. Aunque sorprende que lo llame Ungido (Mesías), ¡una verdadera osadía teológica!, ya que era un título reservado sólo para un sucesor de David al trono de Jerusalén. Ciro no tiene nada que ver con el pueblo de Dios ni con la dinastía de David. El título no se refiere, por lo tanto, a su identidad, sino a su misión: tiene el encargo de hacer volver a Jerusalén y Judá a todos los que habían sido deportados. ¡Yahvé había elegido a Ciro el Persa como su mesías, constructor del templo y benefactor del pueblo! Podemos deducir que el oráculo profético que comentamos “no alude al persa, sino al siervo Jacob y al elegido Israel, para el que Yahvé designa a Ciro como su ungido”.
El Segundo Isaías no hace más que interpretar los signos de los tiempos; en efecto, el mensaje del profeta es claro: Dios utilizará a Ciro, un rey que nada tiene que ver con los judíos, es persa, y a través de él promete liberar a los exiliados que habían sido deportados a Babilonia décadas atrás. Se nos muestra así la universalidad de Dios y sus mediaciones. Dios actúa donde quiere y a través de quien quiere. Con razón el texto termina con estas palabras pronunciadas por el mismo Yahvé: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.” Estamos, posiblemente, ante la primera declaración contundente del monoteísmo bíblico y universal. Ciro es rey gracias a Dios, el único Dios, quien lo escoge para llevar a cabo sus planes divinos. Ciro es la prueba más clara de la conducción divina de la historia.
Dios conduce la historia a su manera. ¿Quién hubiese imaginado que utilizaría al conquistador para que los conquistados rehicieran su nación y reestablecieran su culto en un nuevo templo? Sin dada que tuvo que ser bien difícil convencer al pueblo de que aquel nuevo soberano universal actuaba bajo las órdenes de Dios y que a él se transferían las prerrogativas de David y su estirpe. No es la nueva potencia universal y sus reyes quien orienta la historia universal, sino el mismo Yahvé, Dios único.