40 años siendo levadura en tierras Antillanas
Una joven dominicana y estudiaba en Argentina, allá conoció el Instituto vino muy ilusionada al país, haciendo la propuesta de que el Instituto funcionara en Republica Dominicana. Esto fue a inicio de la década de los 80.
Siendo el padre Enrique Mellano, Salesiano, el Inspector de las Antillas ve con agrado la propuesta dado que en su Inspectoría faltaba este grupo de la Familia Salesiana.
El Padre Inspector escribe a Roma a Don Vallino, Asistente Central de las Voluntarias Don Bosco con el fin de informarle sobre este grupo y los pasos a dar para traerlo a las Antillas.
Así el Espíritu Santo suscita esta vocación a la vida Consagrada Secular Salesiana en tierras Antillanas, el 28 de agosto del año 1983.
Vivir esta vocación en las Antillas y concretamente en nuestro país, donde nace primero, no sólo era una novedad, era un reto por ser una vocación desconocida hasta para la misma Familia Salesiana que no entendía eso de la Reserva.
Nuestra Reserva nos permite insertarnos en los distintos lugares donde hacemos vida, siendo una entre tantos. Esta vocación aporta de útil y de nuevo la posibilidad de llevar la espiritualidad y el carisma salesiano a lugares donde los Salesianos Don Bosco y El Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, no pueden llegar, tales como: El campo laborar a nivel amplio, el sindicato, la junta de vecinos y las organizaciones populares.
Como consagradas seculares salesianas, hacemos todo cuanto podemos intentando servir a la gente desde nuestro oficio o profesión, desde el testimonio de vida y desde lo que somos con el sello salesiano.
Como Don Bosco, queremos hacer realidad este profundo sentir: Cada instante, cada segundo es para mis jóvenes.
Estamos presentes también en Puerto Rico y Cuba, siendo sal y luz para los otros/as, irradiando alegría, optimismo,y esperanza, con la simple presencia, la actitud de escucha, sencillez, disponibilidad, testimonio de vida, con la «palabrita a tiempo».
Damos gracias al Dios de la vida, y a la Madre Auxiliadora, por guiarnos y acompañarnos en estos 40 años de presencia en tierras Antillanas. Siendo levadura que trabaja silenciosamente en los diferentes ambientes donde hacemos misión. También siendo fermento con la presencia y el encuentro personal con las personas que Dios pone en nuestro camino, especialmente con los jóvenes a través de pequeños gestos cotidianos, pero con amor.