Un amigo licenciado en Ciencias Económicas me dijo una vez que para ser buen economista se debía conocer muy bien la Filosofía, algo así lo aprecié cuando conocí, leí y recibí clases por primera vez de Franz Hinkelammert. Pero este hombre de nacimiento alemán pero de corazón latinoamericano, no se quedó en las ciencias económicas sino que emprendió un diálogo de esta con la Teología, con nuestra Teología latinoamericana, destacando su perfil antropológico, en una sociedad donde por su marcado interés por un capitalismo salvaje había hecho que el sujeto se extraviara, perdido e incluso reprimido.
Pablo Richard, biblista insigne y chileno, cuando me presentó a Franz, en aquellos días de estudios en el Departamento Ecuménico de Investigación (DEI), en Costa Rica, me susurró: “Franz es un auténtico teólogo”, pues logró con éxito que la teología y la economía hablaran. No sé si llegaron a entenderse, pero este hombre delgado, pero de buen comer, con su barba y pelo blanco, en sus obras, las cuales son bastante y muy apreciadas por su rigor científico y su talante investigativo, hizo el intento y le salió muy bien.
Recuerdo uno de esos días de estudios del Seminario para investigadores latinoamericanos en que se nos asignó estudiar un documento llegado del Brasil, sobre Ecología y Teología. Luego debíamos discutirlo en el aula, y Franz estaba ahí. Todos comenzamos a opinar sobre el texto, dando nuestros pareceres. De pronto una voz fuerte interrumpió la discusión diciendo que algo faltaba en el documento, y que lo faltante era el hombre. Dijo que el documento hablaba muy bien, pero el hombre no se veía por ningún lado, y esa voz era la de Franz, pues luego me dijo en un diálogo particular que tuvimos, que si en nuestros estudios e investigaciones no está el ser humano, de nada sirve, y ese fue su trabajo: darle talante antropológico a la economía, con sus críticas a la economía neoliberalista de entonces, una economía que solo le importaba el capital y había reprimido al hombre, y entonces había que abogar por el retorno de ese sujeto al puesto que le corresponde. Una economía a su servicio, que no fuera un pacto de bandidos en un perro y teatro mundo, donde las cosas fueran como el mismo Dios quería en justicia y libertad, como las cosas propias del Reino que predicó Jesús.
Franz dejó este mundo el pasado domingo 16. Lo dejó su cuerpo, la materia de la que está hecho el hombre, pero sus obras siguen entre nosotros como fuente inagotable de conocimiento y búsqueda de darle a ese sujeto reprimido, el regreso que le toca en este mundo deshumanizado, que ha hecho del producir su finalidad, sin importarle la política y las acciones inclusos violentas y de guerra que se emplean para hacer prevalecer este objetivo malvado y demoníaco, en la que los pobres son siempre los más perjudicados.
El ha sido el propiciador de un nuevo camino investigativo entre las fronteras económicas y la teológica, el cual debe continuar y ojalá que surjan nuevos investigadores y estudiosos incansables como él que ahonden más estas perspectivas de estudio y trabajo, donde el nuevo Dios: el mercado, no siga recibiendo sacrificios humanos, cuya sangre clama al cielo y pide a gritos la liberación de un quehacer económico que nos mata y destruye todo.
Gracias a Franz por todo lo que hizo y nos enseñó, y que el Dios liberador y de la vida nos ayude a concretar en realidad la centralidad del Sujeto en todo lo que hacemos y realizamos.