¿Te consideras tolerante o intolerante? De tu respuesta real depende mucho tu grado de felicidad. Hace días escribí sobre los fanatismos políticos; ahora lo haré sobre la tolerancia, pero en términos generales. Fanatismo y tolerancia son palabras incompatibles.
“Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”. Así se expresó John Kennedy. En esencia, pidió tolerancia, una palabra que cada vez asumo más. Me refiero a la que respeta nuestras desigualdades accidentales, pues todos somos hijos de Dios. Esto no implica indiferencia frente a las injusticias. Eso sería irresponsabilidad.
Ser tolerantes es comprender que no necesariamente tenemos la verdad, aunque defendamos nuestras convicciones con gallardía; es aceptar la personalidad del prójimo, si sus actuaciones no hacen daño; es pedir perdón cuando nos equivoquemos al juzgar a los demás; es valorar al hermano por sus hechos, no por su condición.
Evitemos a los intolerantes, sin distinción. Odian y aman sin comprender los límites de ambas palabras, que mal asumidas pueden ser fatales para el buen juicio de quienes las practican. Juran que sus ideas son las únicas correctas, sus sentencias no permiten apelación y desdichado el que las enfrente, que por eso hasta su vida peligra.
Evitemos a los intolerantes políticos, a los que discuten con pasión sobre temas banales; a los que enarbolan con rabia su ideología sin apreciar las bondades de otras; a los que no ven nada bueno en el contrario, pues la razón solo la tienen ellos.
Evitemos a los intolerantes religiosos, que todo lo justifican en nombre de Dios. Nos dijo el papa Francisco que el fanatismo es un monstruo que osa decirse hijo de la religión. La religión no es fanatismo, es fe, bondad, comprensión, misericordia y servicio a los demás. Escudarse en ella para atropellar es propio de cobardes.
Evitemos a los intolerantes nacionalistas, a esos que solo ven lo bueno en su terruño; que aborrecen países hermanos considerándolos inferiores; que en nombre de la raza o de una alegada superioridad, humillan, maltratan, condenan y asesinan.
Evitemos a los intolerantes que solo piensan en lo material, que justifican y provocan guerras, bombardeos y crímenes para proteger sus intereses particulares o del poder que representan; también alejémonos de quienes solo se alimentan con dinero, esos infelices que en sus estómagos prefieren las monedas al agua que refresca el espíritu.
En fin, evitemos a todos los intolerantes, sin limitaciones, que los hay de muchas más categorías. Reprochemos a esos radicales, poderosos o no, ateos o creyentes, educados o analfabetos, pobres o millonarios, pues sus conductas no ayudan a construir un mundo mejor. ¿Eres tolerante o no?