En un pasado artículo habíamos hablado acerca de la fragilidad del mundo y de la nuestra, pero la situación de fragilidad que hoy experimentamos se extiende a todas partes. Incluso, hasta las instituciones, y una de ellas es la más vieja de Occidente que es la Iglesia.
En ciertos momentos de la historia la Iglesia se había presentado como una institución perfecta, no solo en el talante espiritual y trascendente que ella representa, sino en cuanto a organización y testimonio moral ante el mundo, pero las circunstancias que se fueron presentando, tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia se presentó como santa y pecadora, sobre todo lo de pecadora, reconociendo el elemento humano que hay en ella.
Más tarde, durante el papado de san Juan Pablo II, el Pontífice consciente de la debacle de Occidente, y sus instituciones, en especial en lo cultural y religioso, quiso presentar a la Iglesia como el último bastión de firmeza y espiritualidad que quedaba, y esto lo hizo a través de las numerosas beatificaciones y canonizaciones que se hicieron en su pontificado. Pero aun así esto no bastó para que el mundo conociera las fragilidades que hay en ella.
La Iglesia que de por sí es noticia, comenzó a serlo más cuando comenzaron a destaparse una serie de escándalos financieros en las administraciones vaticanas, en la fuga de informaciones durante el papado de Benedicto XVI, pero lo que testimonió en sí su fragilidad fueron los escándalos de pederastia que comenzaron a destaparse en el mundo entero. Algo de esto se dio en tiempos de san Juan Pablo II, pero es con Benedicto XVI que se da el destape total, y con Francisco se comienza a sentir, ver y sufrir la fragilidad de la institución eclesial.
Si el mundo se ha vuelto y es frágil, la Iglesia camina en medio del mundo y también es afectada por dicha fragilidad, pero no en el sentido de que ella misma lo es. Ha sido triste y doloroso el comprobar como la pederastia se ha hecho presente en la historia reciente de la Iglesia. Cómo esto se ha callado y se ha trabajado en su interior, ha sido el caldo de cultivo de muchos enemigos y grupos de intereses actuales que a la hora de la Iglesia elevar su voz, este mal se le indilga, y no queda más que agachar la cabeza y guardar silencio, testimoniando la fragilidad que en cuanto a este asunto hay en ella.
Podremos alegar que mucho es producto de la personalidad propia de los individuos, en especial clero, religiosos y religiosas que hay en la Iglesia, o de desviaciones propias del devenir de los individuos, y otras más, justas y verídicas, pero el mal está y ya cansa el ver como cada día, de donde menos lo esperamos, surgen más casos, dando paso a una institución que al parecer se ve impotente ante todo este lastre que ha acumulado en años.
Todo esto hace ver su fragilidad y así los sentimos sus miembros. Pero es una fragilidad, que aunque nos postra y algunos se asustan y se vuelven ´´indietristas´´, como los define el Papa Francisco, ella nos reta, pues tal vez no podemos exhibir ya esa perfección ficticia a nivel institucional, pero sí podemos, como el ave fénix, resurgir de nuestras cenizas. Pues la Iglesia es más que una institución, y así como Cristo que hizo del fracaso de la cruz una opción de vida y salvación, también podremos hacer de esta fragilidad en la que estamos, trampolín para conseguir la salvación, y vida que la cultura y la sociedad occidental necesitan, en un camino nuevo que la misma Iglesia está llamada, y debe emprender.