La Verdadera Devoción Al Sagrado Corazón de Jesús

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por Eduardo M. Barrios, S.J.

      Desde el siglo XVIII hasta nuestros días la representación más difundida de Jesucristo es la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

      En muchos hogares católicos no faltan cuadros o estatuas suyas. El primer prefacio de Navidad dice que lo visible lleva al amor de lo invisible.

      La Iglesia nunca ha subestimado el valor pedagógico, pastoral y devocional de lo iconográfico. Tuvo que censurar enérgicamente a los “iconoclastas” (destructores de imágenes) en los siglos VIII y IX . Estos decían que las imágenes nos convertían en idólatras. Pero la Iglesia siempre ha mantenido que no practicamos la idolatría, sino la iconodulía o veneración de imágenes.

      Ahora bien, quede claro que los cuadros, vitrales y estatuas sagradas no bastan. Hace falta algo más, es decir, la oración.

      A las personas devotas del Sagrado Corazón de Jesús les gusta mucho la jaculatoria, “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”.

      Hay otras oraciones más desarrolladas como las consagraciones al Sagrado Corazón así como las Letanías. Se recomienda mucho una oración de uso cotidiano conocida como “Ofrecimiento Diario”. Entre sus diferentes versiones ofrecemos aquí una de gran riqueza doctrinal:

“Ven, Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo. Señor mío y Dios mío Jesucristo: por el Corazón Inmaculado de María, me consagro a tu Corazón, y me ofrezco contigo al Padre, en tu santo sacrificio del altar, con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino. Amén.” A esta oración se añaden las intenciones del Papa, de los obispos, de los párrocos y las nuestras.

      Las oraciones en sí mismas tampoco bastan; deben servir de combustible que impulsen a la praxis o acción. Como dijo el mismo Jesús en el Sermón de la Montaña,  “No todo el que me dice ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los Cielos” (Mt 7,21). Hay una jaculatoria que mueve a la imitación de Cristo: “Jesús manso y humilde de corazón, haz nuestros corazones semejantes al tuyo”.

      Con el culto al Sagrado Corazón de Jesús buscamos hacernos cristiformes al nivel más profundo, es decir, al nivel del corazón.

      El corazón que aparece visible sobre el pecho de Jesús en sus imágenes ilumina gráficamente la interioridad de Jesús. Vemos cómo del corazón sale una llama de fuego. Eso simboliza el amor ardiente del Jesús.

      Él ama al Padre celestial con amor expresado en obras. “Yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29). El Padre lo envió a una misión difícil, y Jeśus la llevó adelante superando infinidad de obstáculos.

      La llama también significa el amor de Jesús por nosotros. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

      Ese amor inconmensurable de Jesús hacia el Padre y hacia nosotros lo sigue ilustrando el icono del Corazón al presentarlo coronado de espinas y con la herida  de la lanzada (cf. Jn 19,34).

      El corazón sangrante de Jesús nos habla de una vida llena de incomprensiones y persecuciones; todo lo sobrellevó haciendo de ello un sacrificio, es decir, una ofrenda libre.

      Quien quiera ser un devoto cabal del Corazón de Jesús debe abrazar el sacrificio; no puede dejarse arrastrar por las corrientes caudalosas del hedonismo, materialismo y consumismo imperantes.

      El verdadero devoto venera las imágenes del Corazón de Jesús y le dirige oraciones, pero sobre todo vive una vida mortificada, ascética, servicial y libre de afectos desordenados. ¡Qué bien lo dijo aquel apóstol tan cercano al Corazón de Jesús!: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1Jn 3,18).

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