“En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián”. (Is 8,23-9,3)
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Leo este texto y en seguida caigo en la cuenta de la distinción que hace entre lo que ocurrió en el pasado y lo que pasa en el presente: “En otro tiempo el Señor humilló…; ahora ensalzará…” Tiniebla y luz son las imágenes utilizadas para hablar del pasado y del presente, mientras que la alegría y el gozo son su consecuencia. Se trata, por lo tanto, de una lectura de lo que Dios ha hecho con su pueblo y del reconocimiento de que tanto lo bueno como lo malo viene de Él. Es el Señor de la historia. En lo personal, lo leo como una invitación a la toma de conciencia de lo que Dios ha hecho en mí, para así dejar que brote la alegría, el gozo, la alabanza y la acción de gracias.
Así es. Siento que en este texto el Señor me invita a reconocer sus intervenciones en mi historia personal, para que la alabanza y la acción de gracias hagan su aparición como oración oportuna. Reconozco que nada ha pasado en mi historia personal sin que Él lo permitiera o lo promoviera. Mi meditación quiere detenerse en la contemplación de sus acciones en mi vida. Mi memoria es la que aporta el material para mi meditación, lo mismo que para mi esperanza. Estoy convencido de que la memoria es la que salva. Por eso, hurgando en mis recuerdos encuentro innumerables momentos salvíficos que tejidos como los eslabones de una cadena conforman mi historia de salvación personal. Es la garantía de que podría suceder de nuevo. Mi oración no quiere quedarse en el pasado, me abre de modo esperanzado hacia el futuro.
Hago este ejercicio de relectura de mi propia historia personal y caigo en la cuenta de que en estos momentos soy más consciente de que también los eslabones oscuros y dolorosos de mi vida eran momentos salvíficos. Tal vez en el pasado los veía como desgracias, hoy he aprendido a preguntarme qué llamado a la fe, a la esperanza o al amor encerraban. Miro hacia atrás, y descubro que los momentos de oscuridad y sufrimiento en los que me vi envuelto no eran más que el telón de fondo sobre el que Dios quería que resplandeciera su luz. La historia de las tribus de Zabulón y Neftalí es mi propia historia. Como ellas, también yo me he visto muchas veces expuesto a incursiones externas que me han llevado a experimentar la oscuridad, pero una y otra vez la luz de Dios me alcanzó, ella ha sido para mí salvación, esperanza y liberación. Tomo conciencia de que la fuente de mi esperanza no puede ser mis propias fuerzas, tampoco las estrategias propias o ajenas, sino la acción divina que interviene para salvar. Sobre el fondo negro de la amargura, la luz del gozo y la alegría resplandece con mayor intensidad. “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo”, dice el texto. Solo es posible palpar ese aumento de la alegría y el gozo si antes se ha tenido la medida exacta de la oscuridad que envolvía el alma.
Esos momentos oscuros y dolorosos siento que también deben formar parte de mi oración de acción de gracias. Gracias a ellos puedo tomar consciencia del actuar de Dios en mi vida. “Dichosos los que lloran, porque serán consolados”, dice una de las bienaventuranzas. La dicha de las lágrimas consiste en que hacen posible que se experimente el gozo. Solo superan el duelo quienes lo viven intensamente y se abren esperanzados a la sanación interior.
Sigo meditando este texto y me doy cuenta de que el evangelista Mateo lo recoge en el evangelio que hoy se nos propone en la liturgia. Allí Jesús aparece comenzando su misión en los territorios de Zabulón y Neftalí. Él es la luz de Dios para los que sienten que su vida está siendo ahogada por la oscuridad del pecado y de la muerte. También yo me dejo iluminar por Él y me sumerjo en el evangelio de este día prolongando mi oración y mi encuentro con la Palabra.
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