E n cálido mar sin orillas ya flotas
ya vienes
ya vas Tramado con hilo de arcilla prodigio tus ojos
milagro tu mente
tus manos
tus pies.
Extraño argonauta surcando el misterio aferrado al norte que nace en tu ombligo.
En tiempo sin tiempo te envuelve la vida, presientes el mundo:
Voces con sordina sueños tamizados con mares de leche y playas de puré.
Tu cosmos oculto con sus astros suaves revienta, de pronto
y el protagonista es decir, tú mismo de bruces en tierra
ensayando un ruido.
Ojos extraviados
sin timón los miembros
y el alma en un hilo.
Llevas por coraza restos placentarios. A tus pies, inútil, el cordón huidizo.
Y tus pobres manos dos falsos tridentes.
Ardiente la arena. Ahí vas, gladiador.
Cinco o seis zarpazos diez acometidas
dura la refriega
te besa la muerte
o te mima la vida.
Seguirás buscando algún vellocino que no se ha perdido.
Y al fin ya cansado
de haberte batido en todas las arenas el suelo reclama tu frente
(el árbol se dobla, aparta su sombra
buscando su lecho) la vida en un hilo
sin timón los miembros
ojos desvaídos. (Y quizá la forma
curva del principio)
Desnudo e inerme vuelves de ti mismo.
De nuevo navegas mares primordiales sueñas oquedades
cálidas, mullidas.
Y otra vez presientes
tu cosmos abierto con sus astros suaves.
Y el mar en remanso
hondo y sin orillas.
Samaritana
“Quaerens me, sedisti lassus”. (Buscándome, te sentaste cansado).
I
C argada de agua inútil satisfecha
junto a la corriente se sienta la sed.
El manantial
con las plantas maltrechas le pide de beber.
“¿Cómo tú, siendo un pozo me pides de beber?”
Y ella no comprende que el pozo va sediento de su sed.
II
Cuando me dio de su agua por los aires volé
dejé olvidado el cántaro mil sedientos busqué.
Y ahora voy sedienta de su sed.
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