Por Enrique A. McDougal O.
“Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños.” Lc. 10, 21.
Hace unos días leí un artículo de un hermano separado. Fue de motivación para yo escribir 3 temas, colaborando con la edificación en nuestra fe católica, también a propósito del Adviento y la Natividad. Voy a dividir en tres publicaciones. La presente se vincula con nuestra amada Virgen María: el que desconoce quién es nuestro Señor Jesucristo, le es imposible creer la inmensidad de su Encarnación y Natividad: Inmaculada Concepción de Nuestra Madre, su virginidad perpetua y su Coronación en el Cielo. La segunda da las bases que la Iglesia Católica jamás se fundó en el año 380 por el Imperio Romano, más bien Cristo triunfó también mediante su Iglesia al reconocer el Imperio Romano su Divinidad. La tercera se referirá a la muy antigua acusación de la supuesta idolatría en la Iglesia Católica, cuando la catolicidad ha defendido con su sangre la Divinidad del Señor Jesús, la Trinidad y la hizo prevalecer.
Muchos desconocen quién es Jesucristo, al contradecir lo que el Todopoderoso hizo en María (Lc. 1, 48-49); hizo “grandes cosas” por ella y por esto le “dirán bienaventurada todas las generaciones”. Esta es la razón por la que tienen elevada obscuridad sobre doctrinas cruciales inherentes a la Encarnación de Dios, sobre la gracia, la virginidad perpetua de María o temas como su Coronación en el Cielo. Entremos en cada una de esas realidades de fe.
Inmaculada Concepción.
Como indicamos, conocer pobremente quién es Jesucristo implica una obscuridad de la inmensidad e implicaciones de su Encarnación. Porque los pensamientos y los caminos de Dios jamás son de los hombres. Muchas personas, incluso aquellas que se llaman cristianas, miran las obras del Todopoderoso con las limitaciones terrenales. Por eso Dios mismo habla por boca del Profeta Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” Is. 55, 8-9.
Sucintamente, presentaremos cómo María entra en el Plan de Salvación de Dios. Empecemos por el principio, en la escena del pecado Adán y Eva. Desde ese instante el Todopoderoso decide que pondrá una enemistad permanente: “Y Jehová Dios dijo a la serpiente: … Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Gn 3, 14-15). Este plan, Dios lo llevará a efecto a través de dos personas claves: la mujer y su Descendiente, Descendiente que derrotará a la serpiente. Esa mujer está claramente identificada por el mismo Descendiente, Nuestro Señor Jesús, iniciando en las Bodas de Caná: “Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.” Jn. 2, 3-4. Jesús la vuelve a llamar mujer en el Calvario salvando la humanidad del pecado de Adán y Eva: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. Jn. 19, 27-26. Fijémonos que es el evangelista San Juan que enfoca que el Señor Jesús llama a su Madre “mujer”. Es este mismo San Juan que, hacia el año 90, escribe el Apocalipsis en la Isla de Patmos y en el capítulo 12 menciona 8 veces la Mujer que dio “a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones” y, también, presenta la Mujer en batalla contra la “serpiente antigua” y la derrota. Ap. 12, 1-17. San Juan reproduce la escena contraria a la de Adán y Eva donde la “serpiente antigua” logró la desobediencia contra Dios; más ahora la Mujer y su hijo varón vencen: “fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero”; Si bien la virgen Eva, creada sin pecado, le falló a Dios (por su connivencia con la serpiente), Dios confiará en otra Virgen que la serpiente jamás podrá contra ella: “Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón. Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”. Ap. 12, 15-17.
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