Reconozco que mi siguiente reflexión es una mezcla de curiosa observación, atrevida intuición y bastante preocupación. Nada es científico, no tengo elementos objetivos para lo que escribiré, pero quizá también sea el sentimiento de muchos que anhelamos una patria mejor.
Aquí está: “La música que está de moda entre nuestra juventud es una de las principales causas de la delincuencia, consumo de drogas, vagancia, búsqueda de dinero fácil, irrespeto a la dignidad de las personas, olvidar los compromisos sociales, no estudiar, no leer y tener como héroes a individuos que son símbolos de malos ejemplos”.
Espero la indulgencia de quienes por ello me tachen de atrasado, porque si tengo una virtud es la tolerancia a las ideas y más en este caso al arte y la cultura. No hablamos de perico ripiao, clásicos, boleros, bachatas, rock, trova o flamenco, que ahí abunda la calidad, aunque no nos agraden. Un punto es tener gustos distintos y otro aceptar lo que envenena el arte y la cultura que defendemos.
Hoy lo que se escucha es desastroso en la forma y más en el fondo. No hay la mínima calidad y, lo peor, no es que no aporta nada bueno, es que daña a quienes siguen eso, los daña en todo, en su alma, en su mente, en su cuerpo y en su condición de ser humano trascendente.
¡Oh, Dios! La fama ya no se basa en los méritos; los laureles son para los que ofenden, venden sueños destructivos y valoran el sucio pantano y no el cristalino manantial. En la cima tenemos a quienes apenas saben pronunciar 15 palabras del castellano (y mal dichas) y 2 de inglés de muelles. Estamos en presencia de gente incapaz de expresar una idea con cordura o de razonar sobre algo de interés al Bien Común.
Los tiempos cambian, es cierto, pero debe ser para evolucionar, no para involucionar, creando espacios para el disfrute constructivo o al menos para un estado de ánimo no perjudicial. ¡Triste de una sociedad donde se cante más “Dami-dami-dami-digui” que “Ojalá que llueva café en el campo”, se conozca a Onguito y no a Eduardo Brito y a Tokischa y no a Casandra Damirón!”.
No vamos bien. Los zombies nos han invadido, con sus bailes y muecas, escenarios de humos de hookahs, cigarrillos y más, desastrosa música, descontrolado alcohol y desenfrenos propios de cromañones.
Y culpables somos todos: muchos por nuestro silencio, los padres por nuestra indiferencia, los gobiernos por su pasividad, algunos medios de comunicación por promover esas cosas y los sectores de incidencia porque parece que eso no les importa. ¿Y si cuando despertemos e intentemos reaccionar sea demasiado tarde?
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