Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
En la semana del 9 al 14 de este mes de octubre, 77 sacerdotes tuvimos la oportunidad de participar en el retiro nacional, realizado en el Centro Salesiano de Promoción y Formación en Pinar Quemado Jarabacoa.
Allí nos encontramos sacerdotes de diferentes Diócesis, con un objetivo muy puntual, calmar la sed espiritual a la semejanza del ternero que con prontitud baja a la fuente de agua a calmar su sed.
Este retiro fue dirigido por Mons. Raúl Berzosa, un obispo muy preparado en el sentido amplio de la palabra. Debo decir, que en los años que cursé en el Seminario y en los que llevo como sacerdote pocos retiros me han aportado tanto a mi vida espiritual.
Mons. Berzosa se sustentó en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, como buen jesuita que es él. Desarrollo de forma magistral y con pleno dominio el sentido de estos ejercicios. Lo primero fue situarnos sobre el porqué de un retiro anual, nos decía: “Para redescubrir la alegría de creer y la belleza de nuestra identidad y misión presbiteral, en una nueva cultura, y en una nueva llamada a la conversión personal, pastoral, e institucional para saber evangelizar y regalar esperanza en tiempos de post-pandemia y sinodalidad”.
Presentaré muy resumido parte del espíritu del retiro: El esquema se desarrolló de la siguiente manera: El primer día correspondió a la primera semana de los ejercicios de San Ignacio y aquí Mons. presentó el tema de (Mírame): (“Mira, despierta”): “Mírame para mirarte como yo te miro y para mirar la realidad como yo la miro” (“mirada al yo y mis circunstancias sociales-eclesiales”).
“Señor que yo me vea como soy, pero sobre todo como fruto de tu amor. Que yo me vea como Tú me ves. Que te sienta como mi Padre y como mi creador; como Aquel que me ha llamado y va regalándome amorosamente la vida” “Verme como Dios me ve y saborearme como criatura amada, llamada, elegida en un mundo como “kairós”, oportunidad y gracia”.
El segundo día (Elígeme): “Mírame, fija los ojos en mí, y déjate mirar por Mí, para elegir bien tu Señor y tu Bandera a quienes bien y mejor servir, como discípulo misionero”. En esta parte con mucha propiedad Mons. Nos decía que el sacerdote es como una escoba que no se puede quejar de aquel que la usa, ni de aquel que la toma, ni quejarnos donde nos pongan, pero sí debemos dejar todo más limpio de como estaba antes. Nos decía también: “Un sacerdote debe saber cosas de Dios, pero sobre todo “saber a lo que Dios sabe”, y tener experiencia de Dios”. Un sacerdote, en resumen, debe cultivar cuatro cercanías en su vida: con Dios, con su Obispo, con su Presbiterio, y con el Pueblo de Dios.
El tercer día (Cómprame): “Mírame para convertirte y ordenar tu vida, y así hacer tuyo mi proyecto; mírame para saber mirar a tus hermanos con ojos de fe, esperanza y amor-misericordia, como buen discípulo, evangelizador y samaritano”.
Nos ilustró esta parte con un hermoso relato: El joven novicio san Jerónimo se encontraba casi desesperado. Estaba muy desanimado y se preguntaba qué había hecho mal. Se encontró con un crucifijo en las ramas de un árbol. Jerónimo al verlo, de rodillas, se golpeaba el pecho. En aquel momento, Jesús le habla: “Jerónimo, ¿qué me puedes ofrecer que sea valioso?” “La soledad en la que vivo”, respondió. “¿No tienes nada más que ofrecerme?” “Sí, los ayunos, el hambre, la sed, los sacrificios” “¿No tienes nada más?” “Sí, Señor, todo lo que considero que son buenas obras en mi vida. Creo que ya no tengo más que ofrecerte”. Jesús le replicó con ternura: “Jerónimo, te has olvidado de algo muy importante: dame tus pecados para que pueda perdonártelos”
El cuarto día (Anúnciame): “Mírame, como Resucitado, para ensanchar tu mirada y vivir desde el “octavo día” y para sentirte enviado a abrir los ojos y el corazón de tus hermanos”.
“Encuentro con el resucitado, para una vida nueva, en el seno de la madre Iglesia”. 13 apariciones de Jesús resucitado: A su madre, aunque no está en la Escritura, se da por supuesto cuando dice que “se apareció a tantos otros” (EE 299). María Magdalena en el sepulcro (Mc 16,1; Mt 28,1; Lc 24. A las “Marías”: “Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, porque allí me verán” (Mt 28,2; Mc 16,8) A Simón Pedro: “Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,33; Jn 20,1; 1). A los de Emaús (Lc 24,13; Mc 16,12) A los discípulos, menos a Tomás (Jn 20,19; Mc 16,14; Lc 24,36. A siete discípulos que estaban pescando (Jn 21, 1) A los discípulos en el monte Tabor (Mt 28,16; Mc 16,15) A más de quinientos hermanos (1 Cor 15,6) A Santiago a José de Arimatea, como piadosamente se medita y lee en la vida de los santos. A San Pablo (1 Cor 15,8; AC 1,3).
Para llega finalmente al: (“Fidelízame y agradece”) para alcanzar mayor amor misericordia, orden y lucidez en mi vida. San Ignacio, tras su conversión, buscaba ante todo poner en orden su vida, buscar una referencia, un principio y fundamento: “Para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”: Dios me ha dado mi ser: Soy, esencialmente, propiedad de Dios. Soy, primariamente, de Dios y para Dios. Soy, totalmente, de Dios y para Dios. Dios me sostiene existencialmente: Soy incesantemente de Dios. Seré eternamente para Dios: Nunca dejaré de existir para Dios. Soy hijo en el Hijo para siempre. Debo querer sólo y siempre lo que Dios quiere de mí y para mi vida. Con estas claves:
Amarte a Ti, Señor.
Amarte en todas las cosas.
Amar todas las cosas en Ti.
Para, en todo, amar y servir (San Ignacio).
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