¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó. (Sabiduría 9, 13-18)
El libro de la Sabiduría tiene como trasfondo la confrontación del judaísmo con el helenismo. También algunos conflictos al interior del judaísmo mismo. Divisiones religiosas y políticas se dejan sentir cuando se penetra en los recovecos del libro. En efecto, hacia el año 167 a.C. el rey Antíoco IV comienza una campaña de desplazamiento de todo “lo judío” para instaurar la cultura griega. Prohíbe bajo pena de muerte todo culto relacionado con Yahvé y manda erradicar dos signos identitarios del pueblo judío: el sábado y la circuncisión. No contento con eso manda quemar ejemplares de la las Escrituras judías y erigir una estatua del dios Zeus en el templo de Jerusalén. A los judíos les queda tres posibles caminos: renunciar a su identidad y fe; defender con las armas su territorio y cultura, o mantenerse fieles, de una manera pacífica, soportando la persecución y el martirio. Hubo gente para cualquiera de las tres alternativas.
En efecto, una buena porción del pueblo prefirió renunciar a su identidad judía y abrazó la cultura griega. Si muchos otros pueblos habían abrazado esta nueva cultura, que además tenía sus grandes valores, ¿por qué ellos no lo iban a hacer? Era una cultura que promovía el arte, la ciencia, el deporte; abierta a todo el que quisiera adherirse a ella. Dos ciudades destacaban como grandes centros culturales: Atenas, en Grecia, y Alejandría, en Egipto. En estas dos ciudades fue considerable el número de judíos que decidió abandonar o diluir su identidad en un sincretismo nunca visto en su historia.
Un segundo grupo, entre ellos la familia de los Macabeos (un padre con sus cinco hijos) empuñaron las armas contra el invasor. Esa historia nos la cuenta de manera especial los dos libros bíblicos llamados Macabeos. Estos iban al frente de batalla con el nombre de Yahvé en los labios y la espada en las manos. Fueron alrededor de quince años de férreas luchas (165-150 a.C.). Finalmente, los Macabeos, llamados también asmoneos, lograron la independencia, la cual duró alrededor de un siglo. Pero las ambiciones personales no tardaron en llegar, ¿dónde no las hay cuando del poder se trata? La violencia política, el rearme militar y la degeneración religioso-moral también aparecieron rápidamente. Aquí estamos en los orígenes remotos de aquellos que en tiempos de Jesús se conocerán como zelotes, defensores acérrimos de la identidad judía y de la fe en Yahvé. Uno de los discípulos de Jesús pertenecía a este bando.Hay un tercer grupo, los que prefieren mantenerse fieles a Yahvé y a su ley en vez de claudicar renegando de su fe o empuñando las armas. Se ven obligados a huir o asumir el martirio como punto de llegada de su camino de fidelidad. Son los llamados fieles o piadosos (hasidim). Son los que darán origen a los movimientos apocalípticos, esenios y fariseos. Estos últimos muy conocidos por los evangelios. Para ellos, en los momentos difíciles no queda otro camino que confiar en Dios y su palabra. Confían en que Dios es fiel y los salvará, él les hará justicia, sea en este mundo o en el otro. He aquí los gérmenes de la idea de inmortalidad (según la mentalidad griega y que aparece en el libro de la Sabiduría) o de la resurrección (de acuerdo a la concepción más judía de la vida eterna; aparece por primera vez en los libros de los Macabeos). En ambos casos lo que se vislumbra es la esperanza de una vida en el más allá. Esta es una idea revolucionaria para el pueblo judío. La trascendencia (esperanza absoluta) asoma por encima de todas las vicisitudes de la historia. Si en esta tierra, con su historia particular, no hay justicia Dios reivindicará al justo otorgándole la trascendencia definitiva. A eso alude el texto bíblico que encabeza esta página al iniciar preguntándose: “¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?”. O cuando termina diciendo: “Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó”.
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