LA VIDA: “LO MÁS FRÁGIL ENTRE LO FRÁGIL” 

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¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad. (Eclesiastés 1,2; 2,21-23)

Siete veces aparece la palabra vanidad en este texto. En todo el libro del Eclesiastés, de donde está tomada esta lectura, la podemos encontrar hasta treinta veces. La palabra hebrea que aquí se ha vertido como vanidad es hebel, que significa “vapor” o “vaho”. “Vanidad de vanidades” equivale al superlativo hebreo habel habelim, que puede traducirse como “la mayor de las ilusiones” o “lo más frágil entre lo frágil”. Eso es la vida. ¿Hay algo más fugaz que la existencia humana? Con esta construcción lingüística el autor quiere elevar a su máxima expresión la caducidad de todo cuando existe, incluyendo la vida misma. Todo es puro vapor. El soplo de una brisa podría arrastrarlo y dejarnos solo la fatiga. “La vida no es más que vapor que se diluye misteriosamente en el aire” (Pablo R. Andiñach. Lo que sigue de este comentario está basado en un estudio de este autor). 

Esto que parece un pesimismo existencial, en realidad no lo es. Se trata de una lectura desapasionada de la realidad. El autor tampoco llega a la negación de Dios con una afirmación tan contundente. Es cierto que no nombra a Dios, pero lo sabe presente detrás de cuanto acontece, aunque él mismo dejará vislumbrar su incapacidad para comprenderlo. Cualquier intento de aprehender a Dios resultará tan vano como la misma experiencia ante la vida y lo que la rodea. Este pensamiento nos revela tres pilares de la teología del libro del Eclesiastés para dar sustento a nuestra fe.

El primero tiene que ver con “la percepción de que la vida es un constante intento del ser humano por ‘luchar contra el viento’.” Los intentos cotidianos del ser humano por comprender la vida y su mundo se ven constantemente fracasados. Las injusticias y la maldad de las que el autor del libro es testigo (4,1-4) lo reafirman en su percepción de la realidad: no vale la pena luchar si todo siempre sigue igual. Querer erradicar la injusticia y la maldad es como luchar contra el viento. Su decepción es tan abismal que llega a confesar: “aborrecí la vida” (2,17). Su experiencia reclama otra concepción de Dios distinta de aquella que afirma a diestra y siniestra que Dios está presente en todas partes. Si lo está, ¿por qué tanta injusticia y maldad?

Un segundo pilar de la teología del libro del Eclesiastés es lo que se ha venido a llamar el “tiempo oportuno”. Para el autor de este libro nada sucede por azar o en cualquier momento. De acuerdo a su manera de pensar, cada evento tiene su momento oportuno de aparición. Es el mismo Dios quien ha dispuesto que cada acontecimiento ocurra a su tiempo. No se trata de un determinismo porque cualquier persona podría llegar a “morir antes de tiempo” (7,17). Y en 8,5-6 se afirma que el sabio sabe discernir los tiempos y conoce cuándo deben hacerse las cosas. No se puede afirmar, por consiguiente, que haya un sentido fatalista en este libro. En él se reconoce la capacidad del ser humano para hacer las cosas en el momento oportuno, salir airoso o equivocarse. Aunque en otro momento afirma que por más sabio que sea uno, no conoce su tiempo (9,11-12); con lo que quiere dejar claro que el día de la muerte solo lo conoce Dios.

El tercer pilar de la teología del Eclesiastés es la concepción de un universo ordenado por el mismo Dios. El universo obedece a leyes divinas y a la voluntad de Dios actuante en él. Todo está guiado por la mano sabia del Creador, sin que esto quite responsabilidad a la libertad humana. El orden establecido por Dios guarda en sus entrañas un desorden profundo. Un autor que se mueve a medio camino entre la teología y la ciencia ha venido a hablar del “lado oscuro de la realidad”. El autor del Eclesiastés detecta que no todo anda bien. Asume las contradicciones que percibe en la realidad y recomienda vivir el tiempo presente disfrutando de los momentos buenos; porque los malos algún día llegarán, pues esos también están marcados por Dios.

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