El auge de la delincuencia y cómo buscarle soluciones serias y prácticas, es un tema urgente y trascendental para el destino de la patria. No es mi intención buscar culpables, aunque el gobierno de turno siempre tendrá la carga más pesada, en especial cuando hay razones para ello.
En tal caso, de la inseguridad ciudadana somos todos responsables y deberíamos estar en el banquillo de los acusados: yo, tú, aquel, el gobierno, la oposición, el abogado, el policía, la jueza, la conserje, el operario, la arquitecta…
Ahora podemos ver en nuestro celular, como si fuese un comercial, todos los días, episodios de violencia minutos después de ocurrir. Por suerte, ya son comunes cámaras de seguridad en las calles y dentro de los negocios y hogares, lo que posibilita resolver crímenes y delitos; pero ni la tecnología es obstáculo para que los antisociales actúen.
La cruda realidad está limitando los dos principales derechos fundamentales para la convivencia en una sociedad: la vida y la libertad. Y, con ambos reducidos, los demás derechos sufren las consecuencias, como, por ejemplo, el de la propiedad privada, pues los robos no cesan, y el de la libertad de tránsito, pues los espacios de paz cada vez son más escasos.
La vida pierde valor, a cualquiera lo matan por dos pesos, un par de tenis, una gorra o un punto de negocios ilícitos. Las modalidades más comunes son: asaltos, luchas entre pandillas y sicariatos, donde la droga, con el microtráfico, casi siempre está presente. El producto de lo robado, vendido “por batatas”, se esfuma entre las narices de quienes, con su vicio, interrumpen la madrugada.
Los atracos son cometidos generalmente por imberbes dispuestos a todo; lo de las pandillas, se matan entre ellos y la indiferencia de todo el mundo es notable; y los famosos sicarios, no son profesionales con experiencia de armas, son mozalbetes que quizás, por tener su cerebro explotado por la cocaína y demás, no están claros de lo que hacen, salvo la pírrica recompensa que tendrán por quitarle la respiración a un humano.
Me duele por igual limitar la libertad. Perdimos la virginidad. Ya no somos los de antes, aquellos seres eternamente silvestres y confianzudos; debemos ser prudentes hasta para saludar al nuevo vecino, que nadie sabe qué hace. Se acerca una motocicleta con dos a bordo y nos asustamos. En cualquier rostro extraño vemos lo que tal vez no sea.
La delincuencia es un asunto de vida y muerte, la de los dominicanos y la del país. Y la solución es sencilla: educación, oportunidades de empleos, deporte, cultura, prevención; y, lo resalto, visión y buen ejemplo desde los tres poderes del Estado.
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