EL HERMANO UNIVERSAL
(11 de 12)
Pbro. Edwin Alonzo
En su tercera Encíclica “Fratelli Tutti” firmada en Asís el tres de octubre del 2020 el papa Francisco nos habló sobre la necesidad de crear: “Una fraternidad abierta, que permita reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”. Estas ideas forman parte esencial de la espiritualidad cristiana vivida por el hermano Carlos de Foucauld que será canonizado el 15 de mayo de este año 2022 como un regalo a la humanidad de gran valor.
Viviendo en un pueblo musulmán, el hermano Carlos escribió las siguientes palabras: “La construcción se llama Khaoua “la fraternidad”. Ruega a Dios para que sea el hermano de todas las almas de este país» (Carta a Henry de Castries, 29 de noviembre de 1901).Y dos meses más tarde le dice a su prima: «Quiero que todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos e idólatras se acostumbren a verme como su hermano, el hermano universal. Comienzan a llamar a la casa ‹fraternidad’ y esto me gusta” (Carta a la Sra. de Bondy, 7 de enero de 1902).
Este ejemplo lo retomará el papa Pablo VI, en 1967, en la encíclica Populorum Progressio: «En muchas regiones, los misioneros supieron colocarse entre los precursores del progreso material no menos que de la elevación cultural. Basta recordar el ejemplo del P. Carlos de Foucauld, a quien se juzgó digno de ser llamado, por su caridad, el “Hermano universal”, y que compiló un precioso diccionario de la lengua tuareg. Hemos de rendir homenaje a estos precursores muy frecuentemente ignorados, impelidos por la caridad de Cristo, lo mismo que a sus émulos y sucesores, que siguen dedicándose, todavía hoy, al servicio generoso y desinteresado de aquellos que evangelizan» (nº 12).
La figura de Carlos de Foucauld es honrada en todo el mundo como el “hermano universal”, que vivió entre los tuareg como testimonio de la caridad evangélica. Desde hace más de un siglo, muchos han seguido los pasos de este hombre que supo reconocer, en cada persona, un hermano o una hermana en la humanidad. Hoy las fraternidades de laicos y sacerdotales siguen multiplicándose por todo el mundo, es un verdadero signo para este tiempo del seguimiento de Cristo por el camino de la pobreza, del trabajo y de la humildad, por el camino del abandono en las manos de Dios y de silencio interior delante de Jesús eucarístico.
El hermano Carlos de Foucauld ve en el comportamiento de Jesús en Nazaret no sólo la pobreza ordinaria y actual, sino una búsqueda de la elección, sobre el último lugar: «Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos de unirnos a Jesús y de hacer bien a las almas» (Carta a su prima María escrita el día de su muerte).
“Comprendió el amor universal de Jesús. Quiso imitarlo, se dejó transformar por él para convertirse en hermano universal”.
Las largas horas pasadas, por el hermano Carlos, delante del tabernáculo le permitieron dejarse habitar por el corazón de Jesús, dejarse transformar por él, llegar a ser hermano universal. Es observando a Cristo en la cruz, especialmente aquél que él mismo pinta sobre el tabernáculo de su capilla. Y también en la celebración del sacrificio de la misa y la comunión con el misterio pascual, que poco a poco pudo abrir su corazón a las dimensiones del corazón de Cristo. Comprendió el amor universal de Jesús. Quiso imitarlo, se dejó transformar por él para convertirse en hermano universal.
La toma de conciencia de esta exigencia de fraternidad va a conducirle a girarse en contra de las injusticias coloniales, de las cuales fue testigo. Tanto más cuando vienen de personas que se dicen cristianas y que toleran aún la esclavitud. El hermano Carlos no podía soportar de ver a sus hermanos del Sahara humillados, tratados con menosprecio. Se las tenía con estas personas, consideradas como “cristianas”, y que oscurecían el mensaje fraternal y liberador de Cristo. Durante este tiempo escribió un catecismo con este título: El Evangelio presentado a los pobres negros del Sahara, de unas 80 páginas, que prologó así: “Sagrado Corazón de Jesús, Tu indigno servidor te ofrece esta pobre obra, destinada a tus hijos. Deja que tus rayos caigan sobre ellos. No los dejes en la sombra de la muerte. En Beni Abbès, 1903”. Cada lección se basa en largas citas de los Evangelios y termina con esta frase: “Dios mío, haz que todos los hombres vayan al cielo.”
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