Del Libro Vivir o el arte de innovar

-Monseñor Freddy Bretón Martínez Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros.

Es, en verdad, sorprendente el gran influjo que ejercemos los humanos unos sobre otros; la conducta de uno puede marcar profundamente la de otros. Y en esto es ejemplar el caso de las madres y los padres. 

Nadie negará el hecho de que padre y madre todavía pueden jugar un papel preponderante en la existencia de un nuevo ser humano, no solo porque nazca de ellos, sino por la forma especial en que participan en la forja de la personalidad de su hija o hijo. 

Por supuesto, también intervendrán otros actores, a veces decisivos; niñeras (ayas), tutores, profesores y demás. Pero si los padres se descuidan, educar n a sus hijos la televisión y la calle… 

Se ha dicho que “diez tíos o tías no igualan al padre o a la madre”; pero, a decir verdad, pienso que a veces sería preferible que educara a los hijos “cualquier hijo de vecina” y no sus propios padres… Es triste ver hombres y mujeres echando a perder a los propios frutos de sus entrañas. Tengo bien grabados algunos de esos casos a los que, por discreción, no debo referirme. Pero, ¿quién no conoce un beodo hijo de alcohólico, o a un corrupto hijo de padres corrompidos? Ahora bien, esto no altera lo ya expresado: Padre y madre deben ser sinónimo de bendición. No hay, pues, nada comparable a un verdadero hogar. Por eso, cuando en el hogar se hace la siembra del buen ejemplo constante, ¡cuántos hermosos frutos! 

Es el caso de los esposos que se esfuerzan en guardarse mutua fidelidad; no solo cosechan el verdadero amor en el que Dios se complace, sino que se constituyen en paradigma para sus hijos y para todos. 

Hay esposos que se divorcian, pero conozco familias numerosas en las que no ha habido un solo divorcio. Son familias especialmente bendecidas a causa del ejemplo de fidelidad de sus progenitores. 

Por lo que he visto, suele ser determinante el ejemplo de los padres. Es difícil que hijos de padres desordenados y promiscuos sostengan uniones estables. Lo he visto repetidas veces: Los hijos acaban replicando las inconductas de sus padres. 

Pero, “de las rosas nacen las espinas”, dice la gente. Algunos hijos e hijas pueden torcer el sendero haciendo lo que nunca vieron en sus padres. 

En esto sucede también algo sorprendente. Conozco hijos de padres irresponsables que se han propuesto en su vida ser lo contrario de sus propios progenitores. No son pocos a los que he escuchado decir: “Mi hijo no pasar lo que yo pasé”. Y por esa razón han consolidado una familia como Dios manda. 

Confieso que esto que acabo de referir ha sido una gran satisfacción para mí, y una fuente de verdadera esperanza. Pues significa que hay jóvenes con suficiente coraje como para romper el círculo vicioso, haciendo variar una historia de calamidades. 

He dicho, con mi rudeza habitual, que hay vagabundos mayores de los que poco se puede esperar, salvo que Dios los lleve a mejor vida. 

En realidad, Dios puede hacer milagros; pero como puede verse, creo que la esperanza está en los jóvenes y, en todo caso, en aquellas personas que por agradar a Dios tengan suficiente coraje como para hacer variar la historia, rectificando su conducta personal. 

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