La gratitud es de almas nobles. Lo propio de las fieras es aumentar –si pueden– la ración, tomando también parte de la mano que se la ofrece. Ser agradecidos es de bien nacidos, dice el refrán castellano. Ciertamente, es Dios quien recompensa la obra buena, pero cuando somos agradecidos con las personas, las motivamos para que continúen haciendo el bien. Lo sabemos por experiencia, pues cuando alguien nos agradece, estamos aun más seguros de que valió la pena hacer el bien. Es muy buena costumbre la de enseñar a los niños a hacer lo mismo. «¿Cómo se dice?», le reclama la madre. Y él responde: «Gracias».
He oído en alguna región del país esta expresión: «El que da las gracias no agradece». Y, en consecuencia, no dicen «gracias». No he preguntado bien acerca del significado de esta frase, pero supongo que quiere decir que no bastan las palabras para agradecer; quizá con sentido semejante al refrán español, «obras son amores, y no buenas razones». De todos modos, aunque admitamos que son insuficientes las palabras, yo no las excluiría del todo a la hora de expresar gratitud.
Cuando se trata de agradecer a Dios, nos resulta insuficiente la vida entera para hacerlo; es tanto lo que hemos recibido: La vida, el aire, el agua, la fe, la familia, la patria… «Gracias a la vida, que me ha dado tanto…». Espero que al decir vida, Violeta Parra estuviera pensando realmente en Dios.
A propósito de la patria, pregunté una vez a un buen eclesiástico si el daba gracias a Dios por la patria, y me contestó honestamente que no. Y pensé que los creyentes agradecemos muchas cosas a Dios, pero creo que no es común dar gracias por habitar la propia tierra. Por ejemplo, los hijos de este país no podemos decir a boca llena, como los del gran imperio, «cives romanus sum» (soy ciudadano romano), pero tenemos mucho que agradecer a Dios. No es el momento para detallarlo, pero basta pensar en tantos hombres y mujeres que se sacrificaron por el país, y aun los que hicieron el bien antes de que fuéramos nación. No somos la gran potencia, ni mucho menos, pero ni falta nos hace; nos basta la honradez y la bondad de tantas personas que forman nuestra patria. Y por ello damos gracias a Dios.
«Agradecer es propio del que sabe recibir con amor». Y amorosa e inmerecidamente nos concede el Señor tan gran cantidad de dones. En consecuencia, gran deuda tenemos. Pero Él mueve nuestros corazones, dándonos así el modo de pagarla, pues no hay mejor modo de agradecer a Dios que hacer el bien.
Por eso insistirá San Pablo con breves y reiterativas expresiones: «No nos cansemos de hacer el bien» (Gálatas 6,9); y también, «No se cansen de hacer el bien» (2 Tes 3,13).
A veces resulta duro hacer lo correcto. Pero no cuesta mucho decir «gracias» y con ello mostramos la nobleza de nuestro corazón.
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