por Eduardo M. Barrios, S.J.
La opción por el aborto se hace a veces por motivos banales, como poder gozar de mayor libertad para viajar o para incurrir en gastos que mejoren la vivienda o por otras ventajas puramente materiales.
Pero otras veces la opción se presenta en contexto muy dramático, como cuando el embarazo se produjo a causa de una violación o relación incestuosa. El drama se acentúa cuando la embarazada es menor de edad.
Entonces se oyen las voces de tantas personas involucradas en tan delicada decisión. Hablan los padres de la embarazada, hablan médicos y enfermeras, quizás abra la boca el causante del embarazo inoportuno e incluso tal vez se exprese la misma joven expectante. No habrá acuerdo unánime, pero posiblemente la mayoría aportará argumentos a favor de llevar a cabo el aborto.
Pero en este drama trágico hay un personaje al que no se le consulta, a saber, la criatura que se gesta en el seno materno.
Si quien está en proceso de gestación pudiese hablar, ¿qué diría?
Tantas cosas:
Diría que está vivo en calidad de ser humano desde su concepción. Añadiría que a las pocas semanas de desarrollo intrauterino ya presenta las características de un recién nacido. Suplicaría que no lo matasen, que lo dejasen nacer, que él no es más que un inofensivo bebé nonato, inocente, vulnerable e indefenso.
A ese bebé en gestación le disgusta que lo llamen feto, pues esa palabra tan poco eufónica lo asemeja a los animales irracionales que también se están gestando.
Él oye, pero no logra descifrar naturalmente el cuchicheo que se traen los personajes locuaces del drama. Algunos de ellos aducirán que él no tiene derecho a nacer porque no es un ser humano independiente. Es cierto que el nonato depende totalmente de la madre mediante el cordón umbilical por donde le llegan el oxígeno y todos los nutrientes necesarios para desarrollarse en la placenta. Pero él no se identifica con la madre; es un ente humano nuevo con características propias y con un principio vital o alma inmortal, que no viene de ella, sino de Dios ( Catecismo 33, 366).
También el nonato podría rebatir el argumento de la dependencia al señalar el hecho incontrovertible de que sus primos y hermanos ya nacidos dependen totalmente de sus padres por largo tiempo mediante un cordón umbilical invisible: Deben alimentarlo y cuidarlo a toda hora. Luego, a medida que van creciendo, los menores comienzan a depender cada vez menos de sus padres, pero no del todo. Sólo hasta que acaben sus estudios y se incorporen al mercado laboral llegarán a ser plenamente independientes. Si fuesen a eliminarlos por ser carga económica para sus padres, muchos vástagos peligrarían hasta bien pasados los veinte años de edad.
Si el bebé que va creciendo rechazado en el seno materno pudiese defender su causa, sugeriría ser entregado en adopción. Apelaría a una gran verdad, que hay parejas de casados que tras largos años de matrimonio no han logrado tener hijos, y que aceptarían gustosos adoptarlo. La adopción siempre se ha presentado como la mejor alternativa al aborto.
Se debe escuchar el sordo clamor de tantos candidatos al aborto que exigen respeto para el más inalienable de los derechos humanos, el derecho de nacer.
ebarriossj@gmail.com
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