Me encanta viajar y leer. Nunca olvidaré lo que dijo san Agustín: “El mundo es un libro y aquellos que no viajan sólo leen una página”. Para mi viajar es leer y leer es viajar. Apreciar otras culturas es invaluable, cada una tiene su encanto, olor, sabor y ninguna es superior o inferior a otra, sí distinta.
Al viajar (y leer) se enriquece nuestro espíritu, nuestra mente se amplía, disminuyen nuestros prejuicios, nos deleitamos con las maravillas que Dios creó y apreciamos más nuestro país. Viajar también nos hace comprender que somos parte de un mundo hermoso, dinámico, colorido, con más luces que sombras.
He visitado Colombia dos veces. Ya estaba positivamente impactado por los colombianos que conocía, personas honestas, trabajadoras, eficientes y enfocadas en su responsabilidad.
La primera fue hace varios años. Estaba en Cali. Era de madrugada. En la habitación del hotel encendí el televisor. ¡Oh, sorpresa! Encontré una entrevista a Fernando Echavarría, el de la Familia André, a quien trataban como a un verdadero héroe.
El programa se llamaba Encuentros. Y entre los logros del cantautor dominicano la presentadora resaltaba lo siguiente: “Era el artista extranjero que en las últimas dos décadas más había influido en la música colombiana”. La dama expresó que nuestro Fernando tuvo gran influencia en Carlos Vives y Juanes, en los inicios de sus carreras artísticas como cantantes.
Recientemente volví a Cali. Fui a una fiesta donde la mayoría de los presentes eran adultos, en apariencia económicamente estables. Casi todo lo que se escuchaba era vallenato y cumbia, con algunos merengues y bachatas. Y los cantaban de memoria, los disfrutaban.
Igual sucedió en Bogotá, pero en una fiesta de jóvenes y no pude evitar comparar con lo que he sufrido aquí, donde los mozalbetes ni idea tienen del merengue y desconocen a sus principales actores.
Como suelo hacer cuando viajo, visito los mercados, pues reflejan la cultura de los pueblos. En la capital colombiana, grata sorpresa me llevé al observar la existencia de muchos estantes de libros y la gente comprándolos, como hacen aquí con las chucherías y los picapollos.
Los transeúntes iban con sus mascotas, se notaba respeto total por los animales. Imperaba la educación, nadie ocupaba el lugar del otro. En la calle había una ordenada ciclovía, familias completas ejercitándose. Todo muy limpio. Me dolió comparar de nuevo.
Pretendo regresar pronto a la patria del Gabo, para aprender más de ellos y de nosotros. ¡Qué nutritivo para la mente y el cuerpo es viajar (y leer)!
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