Monseñor Freddy Bretón Martínez • Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros
Al terminar estas líneas, ha muerto el querido Monseñor Jerónimo Tomás Abreu (miércoles 27 de junio de 2012). Es el primer obispo dominicano que fallece desde que soy obispo (aparte de Mons. Adames, con el que no coincidí en la Conferencia). Ya era obispo emérito desde hacía algunos años. La prensa del país ha destacado bastante la noticia de su muerte y la amplitud de su obra al frente de la Diócesis de Mao-Montecristi, de la que fue primer obispo.
Yo me sentía bastante cercano a él porque, como he dicho, iba a ayudar un poco desde el Seminario Santo Tomás de Aquino a dicha Diócesis, siguiendo los pasos del Padre Fello. Sin embargo, no pude estar presente ni en sus exequias ni en los nueve días, pues entre la deshidratación por el calor y las giardias (mi última adquisición), me han puesto fuera de combate durante un tiempo; por ello he debido suspender la visita pastoral a Villa Altagracia. Pero no dejo de encomendarlo todos los días.
Como he pasado también por la muerte de mi madre (jueves 19 de julio de 2012), ahora lo encomiendo junto a ella, a la Hna. Sebastiana, al Hno. Juan Peguero, a la Hna. Eugenia Pierre, a Dominga Bretón…
En nuestros encuentros de la Conferencia, Mons. Abreu, aparte de distinguirse por sus aportes, su afabilidad y por ser excelente cantor, era el obispo que más disfrutaba y echaba de menos los mangos y los dulces llevados año tras año desde la Diócesis de Baní, gracias a la persistencia de Mercedes Germán.
Cuando escribo estas líneas, he recibido la noticia del nombramiento de Mons. Fausto Ramón Mejía Vallejo como Obispo de la Diócesis de San Francisco de Macorís. Esa es una grandísima noticia para mí, y debe serlo para la Iglesia. César Mejía Vallejo, hermano de Mons. Fausto, es diácono permanente de la Diócesis de Baní y padre del sacerdote Alexis Mejía; él, su familia, las diócesis de La Vega y de San Francisco están de fiesta. Y con sobrada razón.
Antes de ser yo obispo oí comentarios de que algunos obispos estaban muy preocupados (y uno de ellos lo decía con mucha frecuencia) porque no veían sucesores aptos dentro del clero del país. (Pero eso es lo lindo del ser humano: este mitrado daba por supuesto que él era un campeón en el episcopado, mientras los comentaristas no pensaban exactamente lo mismo…). Luego oí opiniones en el sentido de que había bajado el nivel, la calidad del episcopado en el país; incluso se decía: “De Fulano para abajo”.
Mis antenas siempre han sido torpes y mis orejas cortas, pero de algunas cosas me entero. Según estos analistas, la marca del descenso en unos me incluía; en otros me eximía… ¡Válgame Dios! Debe ser difícil hacer de tasadores en esta materia. De todos modos, no lo dudo ni un instante: con la elección de Mons. Fausto, la Iglesia ha tenido tremendo acierto (y Dios sabrá por qué no lo hizo antes).
De hecho, Mons. Fausto tiene una extraordinaria hoja de servicios en la Iglesia, y ahora podrá culminarla magníficamente, con la ayuda de Dios. Gran parte de su vida ha sido, precisamente, dedicada a la formación sacerdotal.
De las opiniones sobre el episcopado referidas anteriormente, hay algo que sí merece nuestra atención: si miramos el nivel de nuestro país en educación, si pensamos que nuestros seminaristas provienen –por lo común– de ambientes populares con escasas oportunidades; y si le añadimos que ha llegado a ser cosa común entre muchos jóvenes en el mundo, la despreocupación por el futuro, por lo que no los mueve mucho el abrazarse a una causa noble, como fue en algún tiempo. Entonces hay razón para estar preocupados por todos, y en el caso nuestro, especialmente por nuestros seminarios y centros de formación.
Cuando, por ejemplo, miro algo tan simple como el dominio de la ortografía que tienen nuestros jóvenes, entonces pienso que no será fácilmente halagüeño nuestro futuro. O profundizamos la obra a todos los niveles, o se cumplirá con creces el pronóstico de los tasadores… Pero es lo que dije: la Iglesia cuenta –entre sus sacerdotes y obispos– con verdaderos campeones, y Mons. Fausto es, sin duda uno de ellos.
De mí, estoy seguro que no se podrá decir, “el toqui, el toqui” como del Caupolicán araucano que cantaron Ercilla y Rubén Darío; aquella especie de Atlante, andando día y noche con un gran tronco a cuestas. A mí, que el Espíritu me auxilie, y a Dios que reparta suerte..
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