“Porque soy como el árbol talado que retoño: Aún tengo la vida”…
(Miguel Hernández – J. M. Serrat)
Aún no olvido la profunda tristeza y sentimiento de impotencia que me produjo, hace unos años, ver cómo desaparecían, en unas horas y ante mi vista, los frondosos y añosos árboles que disfruté, día a día y desde la ventana, en una propiedad vecina.
Fueron talados sin piedad: con filosos machetes, aceradas hachas y máquinas de aserrar implacables. Para no dejar vestigios de su centenaria existencia en ese lugar, sus profundas y dilatadas raíces fueron extraídas con aparatos mecánicos pesados.
Quienes perpetraron ese crimen nunca trataron de que esos troncos, o sus retoños, fueran replantados en otro lugar y volvieran a renacer como hermosos y valiosos seres vivos que son.
He vuelto a sentir el mismo escalofrío y aflicción al ver un área extensa, profusa y densamente arborizada, sometida al mismo suplicio de aquellos árboles vecinos. La razón: la misma, dar paso a la construcción de nuevas y costosas edificaciones. Aquéllas, para un complejo de apartamentos de lujo; éstas, para un centro comercial y, creo, hotelero.
La diferencia entre aquéllos y éstos, es que los últimos tuvieron la delicadeza y el empeño de que algunos de los árboles derribados fueran vueltos a sembrar en otro lugar. Y fui testigo feliz de ver cómo equipos de hombres y maquinarias procedían a izar, trasladar y desmontar cuidadosamente, desde poderosos camiones de plataforma, troncos inmensos que fueron colocados en hoyos previamente cavados y preparados para que los mismos vuelvan a arraigarse y florecer de nuevo.
No me opongo al desarrollo, al progreso, al avance de la sociedad en cualquier orden. Lo suscribo y lo aúpo; pero, entiendo que debemos ser responsables, considerados e inteligentes con nuestro entorno, que es parte fundamental y vital de un ambiente propicio para vivir en perfecta armonía con la naturaleza.
Ojalá y esta acción sea tomada en cuenta, y sirva de modelo para aquellas empresas de construcción e inversores que sólo calculan los beneficios económicos que tendrán por estas edificaciones, sin detenerse a pensar, por un momento, que al depredar inmisericordemente una de las maravillosas obras de la madre naturaleza, están dañando el medioambiente, dejando una herida dolorosa y profunda que puede tardar años en curar, o que, por el contrario: sea una estocada irremediable y letal.
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