Eduardo M. Barrios, S.J.
Desde que el aventurismo castro-marxista se enseñoreó del archipiélago cubano, la economía del país caribeño siempre se ha movido cuesta abajo. En los últimos tiempos la crisis habitual se ha agravado por los efectos de la pandemia Covid. El empobrecimiento de Cuba ya está tocando fondo. Apenas aparecen medicamentos esenciales. Tampoco hay comida suficiente ni medios para cocinarla. Casi nadie tiene gas propano. Y quienes utilizan ollas eléctricas deben contar con los largos apagones. Con frecuencia las caseras se ven obligadas a apelar a leña o carbón, si éste aparece. A ese paso, el nivel de vida de los isleños irá cayendo hacia niveles precolombinos.
Como dijo Aristóteles, “primum vivere, deinde philosophari”, es decir, lo primero es vivir y luego ponerse a filosofar. Aplicándolo a la situación de la otrora Perla de las Antillas, “lo primero es vivir, y luego politizar”. No es el mejor momento para aplicar más presiones políticas para democratizar al país.
No se deben endurecer más y más las sanciones encaminadas a ese fin, sanciones que llevan décadas de fracaso. Los gobernantes cubanos siempre se las arreglan para vivir mejor que el pueblo llano; ellos no saben qué es hacer largas colas para sus compras, y se mantienen en la posición numantina de resistir hasta el final.
Así las cosas, urge salvar a los cubanos de la hambruna y muerte por inanición, haciéndoles llegar ayuda humanitaria. Por lo menos deben permitirles a las miríadas de cubanos residentes en el exterior enviarles remesas de dinero y viajar a Cuba cargados de alimentos, medicinas, artículos de aseo y de todo lo necesario. Los cubanos son ingeniosos y demuestran que “la necesidad es madre de la invención”. Inventan para repararlo todo y para aprovechar los alimentos, incluso comiendo los no tradicionales de la dieta criolla. Pero todo tiene su límite.
El mundo debe mostrar compasión hacia Cuba. Deben aumentarse las exportaciones de alimentos, y en especial del petróleo y sus derivados para mantener los servicios esenciales de electricidad y transporte.
Al priorizar la solución de la crisis humanitaria, de ningún modo se le resta importancia a la necesidad de reformas políticas. La democratización no puede hacerse esperar más. Lo demuestran las manifestaciones airadas de miles de cubanos el pasado 11 de julio en muchas ciudades del país antillano. El pueblo desea gozar de todos y cada uno de los derechos humanos.
Se dice que “el hambre es mala consejera”. Cuando el hambre aprieta, la gente hace locuras como hacerse a la mar en embarcaciones endebles llamadas balsas, o lanzarse a las calles a protestar, prefiriendo morir a manos de la policía a morir de hambre en el hogar.
La comunidad internacional tiene el deber de ayudar a Cuba. Como se trata de una crisis de gran magnitud, convendría invitar a la ONU a involucrarse en el asunto.
Con fecha 12 de julio los obispos católicos de Cuba emitieron un comunicado en que se reconoce que “el pueblo tiene derecho a manifestar públicamente sus necesidades, anhelos y esperanzas”. Los prelados exhortan a evitar “imposiciones y llamados a la confrontación”. Y citan esta enseñanza del Papa Francisco: “Las crisis no se superan con el enfrentamiento, sino procurando el entendimiento”.
De ningún modo hay que cruzarse de brazos ante lo que sucede en Cuba. Es un imperativo moral salvar a los cubanos.
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