Las palabras ruedan, como las piedras

4
555

CUERDOS Y RECUERDOS – Memorias

Monseñor Freddy Bretón Martínez • Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros

Era común la evolución y deformación de los términos; recuérdese que el aislamiento fue el que creó el ambiente propicio para que el latín, al igual que otras lenguas,  se transformara en idiomas diferentes (como lo son las lenguas romances, románicas o neolatinas).

Antes de la radio y la TV, estaban bastante aisla­das las regiones de nuestro pequeño territorio, y la dife­rencia es aun notable. Por supuesto, antes era mucho mayor el aislamiento. Inclu­so un grupo de familias en la loma o en un lugar lejano podían desarrollar variantes dialectales propias.

Térmi­nos aprendidos de oídas, pasaban de genera­ción en generación, y al final era tarea difícil reco­nocerlos. “Ella se turrum­pe”, escuché yo por los lados de La Cueva de Cevi­cos; se re­ferían a la timidez o al poco roce social que hacía que una joven no pu­diera expresarse ni comportarse en presencia de extra­ños. Supongo que la expresión vendría de interrumpir.

Los mayores de mi tiempo, por fisonomía decían ¡felesumía! Con estas pala­bras convivían términos castizos, que en medios citadinos ya no eran entendidos. Oí en lejanas comunidades rurales de Gaspar Hernández: “Come sin me­lindre”. O a mi primera profesora, María Diplán di­ciendo “Pásame la marmita”. Para expresar que una persona era parecida a otra, decían que se daba un trasluz.

La toponimia se ha en­cargado de mantener en uso, aunque vaciado del significado original, algu­nos términos. Tal es el caso de tramojo (Por ejemplo, Los Tramojos, San José de Ocoa) o La Atarazana, en la Zona Colonial de Santo Domingo. Algunas palabras solo han podido perdurar en las leyendas, como es el caso de botija (en el Cibao) y botijuela (en el Sur).

Hay palabras a las que simplemente no he podido seguirles el rastro. Papá ­usaba a veces la palabra sofragado; había un joven vecino, músico principian­te, que practicaba la trom­peta a todas horas. Oímos a Papá que decía: “Ese mu­chacho me tiene sofragao”.

Tampoco me parecía a mí que podía tratarse de un término creado por Papá. Ese /so/ (debajo), y también el lexema /frag/ se encuentran en muchas palabras del español: socavar, subvertir, someter, naufragar, sufragar…

En una graduación de la PUCMM en Santo Domin­go quedé al lado del Profe­sor Ricardo Miniño, y antes de empezar el acto, aprove­ché para mencionarle el término usado por mi padre. Creo que no conocía la ­palabra, pero me hizo refe­rencia al verbo latino frángere (romper), del que pro­vienen varias de las pala­bras mencionadas. Y pienso que por ahí andará, aunque de forma traslaticia, el significado del término patrístico.

Quizá la más extraña de las palabras de mi infancia es eprotinado. Se usaba bajo la acepción de impulsivo, atolondrado… “¡Este muchacho, tan eprotinao!”  (Cuando uno pasaba a toda prisa sin notar, por ejemplo, que había algo frágil sobre la mesita…). Esta rara pala­bra no podrá ser, tampoco, un invento de analfabetos; tiene factura demasiado clá­sica para serlo. Por supues­to, no aparece en dicciona­rios o en obras especializa­das, y yo no he tenido el tiempo ni los instrumentos adecuados para investigarla. Por de pronto, me re­monta al prōtinus latino (del griego prōtos), que aparece con el sentido de primero, preeminente; y también derechamente, en línea recta, sin detenerse. Como son llamadas reacciones primarias las espontáneas, irreflexivas, que obedecen sin más a un im­pulso, creo que no estamos lejos del eprotinado de ­nuestros mayores.       

Mi infancia estuvo llena de palabras muy pintores­cas, muchísimas de ellas propias del castellano, so­bre todo del antiguo (como el asina en vez de así) que, aunque no las escuchára­mos en nuestra casa ni donde los abuelos, flotaban en el am­biente cibaeño en el que nos criamos.

Algunas ásperas pala­bras del castellano se vaciaron de su contenido que las hacía malsonantes, y eran usuales con alguna acepción inofensiva, por lo que era frecuente escucharlas incluso en boca de nuestra propia madre. (Algo semejante sucedió, por ejemplo, con el término rijo: en nues­tro país pasó a ser un simple apellido, perdiendo para el usua­rio local su significado original. “Rijoso”: penden­ciero, propenso a lo sen­sual).

En realidad, es sorprendente lo que ha pasado, en general, con el idioma espa­ñol de América: Nunca han cuajado entre nosotros las tremendas exclamaciones e incluso blasfemias, comu­nes entre muchos españoles.

Ahora que está de moda la naturaleza, me acuerdo de mi infancia en que, para cualquier persona mayor, esta palabra solo significaba genitales. Aun siendo ya sacerdote, en los prefacios y oraciones en que suele apa­recer dicho término, ni por error lo mencionaba yo en medios rurales; siempre lo sustituía por algo más o menos equivalente.

4 COMENTARIOS