CUERDOS Y RECUERDOS – Memorias
Monseñor Freddy Bretón Martínez • Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros
Era común la evolución y deformación de los términos; recuérdese que el aislamiento fue el que creó el ambiente propicio para que el latín, al igual que otras lenguas, se transformara en idiomas diferentes (como lo son las lenguas romances, románicas o neolatinas).
Antes de la radio y la TV, estaban bastante aisladas las regiones de nuestro pequeño territorio, y la diferencia es aun notable. Por supuesto, antes era mucho mayor el aislamiento. Incluso un grupo de familias en la loma o en un lugar lejano podían desarrollar variantes dialectales propias.
Términos aprendidos de oídas, pasaban de generación en generación, y al final era tarea difícil reconocerlos. “Ella se turrumpe”, escuché yo por los lados de La Cueva de Cevicos; se referían a la timidez o al poco roce social que hacía que una joven no pudiera expresarse ni comportarse en presencia de extraños. Supongo que la expresión vendría de interrumpir.
Los mayores de mi tiempo, por fisonomía decían ¡felesumía! Con estas palabras convivían términos castizos, que en medios citadinos ya no eran entendidos. Oí en lejanas comunidades rurales de Gaspar Hernández: “Come sin melindre”. O a mi primera profesora, María Diplán diciendo “Pásame la marmita”. Para expresar que una persona era parecida a otra, decían que se daba un trasluz.
La toponimia se ha encargado de mantener en uso, aunque vaciado del significado original, algunos términos. Tal es el caso de tramojo (Por ejemplo, Los Tramojos, San José de Ocoa) o La Atarazana, en la Zona Colonial de Santo Domingo. Algunas palabras solo han podido perdurar en las leyendas, como es el caso de botija (en el Cibao) y botijuela (en el Sur).
Hay palabras a las que simplemente no he podido seguirles el rastro. Papá usaba a veces la palabra sofragado; había un joven vecino, músico principiante, que practicaba la trompeta a todas horas. Oímos a Papá que decía: “Ese muchacho me tiene sofragao”.
Tampoco me parecía a mí que podía tratarse de un término creado por Papá. Ese /so/ (debajo), y también el lexema /frag/ se encuentran en muchas palabras del español: socavar, subvertir, someter, naufragar, sufragar…
En una graduación de la PUCMM en Santo Domingo quedé al lado del Profesor Ricardo Miniño, y antes de empezar el acto, aproveché para mencionarle el término usado por mi padre. Creo que no conocía la palabra, pero me hizo referencia al verbo latino frángere (romper), del que provienen varias de las palabras mencionadas. Y pienso que por ahí andará, aunque de forma traslaticia, el significado del término patrístico.
Quizá la más extraña de las palabras de mi infancia es eprotinado. Se usaba bajo la acepción de impulsivo, atolondrado… “¡Este muchacho, tan eprotinao!” (Cuando uno pasaba a toda prisa sin notar, por ejemplo, que había algo frágil sobre la mesita…). Esta rara palabra no podrá ser, tampoco, un invento de analfabetos; tiene factura demasiado clásica para serlo. Por supuesto, no aparece en diccionarios o en obras especializadas, y yo no he tenido el tiempo ni los instrumentos adecuados para investigarla. Por de pronto, me remonta al prōtinus latino (del griego prōtos), que aparece con el sentido de primero, preeminente; y también derechamente, en línea recta, sin detenerse. Como son llamadas reacciones primarias las espontáneas, irreflexivas, que obedecen sin más a un impulso, creo que no estamos lejos del eprotinado de nuestros mayores.
Mi infancia estuvo llena de palabras muy pintorescas, muchísimas de ellas propias del castellano, sobre todo del antiguo (como el asina en vez de así) que, aunque no las escucháramos en nuestra casa ni donde los abuelos, flotaban en el ambiente cibaeño en el que nos criamos.
Algunas ásperas palabras del castellano se vaciaron de su contenido que las hacía malsonantes, y eran usuales con alguna acepción inofensiva, por lo que era frecuente escucharlas incluso en boca de nuestra propia madre. (Algo semejante sucedió, por ejemplo, con el término rijo: en nuestro país pasó a ser un simple apellido, perdiendo para el usuario local su significado original. “Rijoso”: pendenciero, propenso a lo sensual).
En realidad, es sorprendente lo que ha pasado, en general, con el idioma español de América: Nunca han cuajado entre nosotros las tremendas exclamaciones e incluso blasfemias, comunes entre muchos españoles.
Ahora que está de moda la naturaleza, me acuerdo de mi infancia en que, para cualquier persona mayor, esta palabra solo significaba genitales. Aun siendo ya sacerdote, en los prefacios y oraciones en que suele aparecer dicho término, ni por error lo mencionaba yo en medios rurales; siempre lo sustituía por algo más o menos equivalente.
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