Algo bueno hoy día es que hay gente que lleva la Biblia para todas partes, y la mencionan en cada frase que pronuncian, pero lo triste, y este es el caso, que no se dejan llevar por la Biblia, no ponen en sus vidas lo que en ella se dice y enseña, porque el asunto sería no solo llevarla, sino dejarnos llevar por ella. Tal parece que llevarla puede cualquiera, pero el dejarse llevar, solo de gente seria y santa.
Desde que los sectarios, como bien los clasificó Mons. Flores, aparecieron llevando su Biblia debajo del brazo, a semejanza de algunos por ahí que así llevaban sus libros, dándoles el mote de “sobacos ilustrados”, se hizo normal entre nosotros identificar al que llevaba la Biblia de esa manera, saber que pertenecía a una de esas sectas nacientes o salidas de la nada.
También, algunos católicos comenzaron a interesarse por las Sagradas Escrituras y a llevar su Biblia, no tal vez de la misma manera, debajo del brazo, pero sí la llevaban.
El que católicos y protestantes llevasen la Biblia ya era una gran cosa, y un gran avance a nivel católico, gracias al Concilio Vaticano II, y también a los mismos sectarios, que con sus polémicas muchas veces supieron poner entre la espada y la pared, a nivel bíblico, a los católicos pocos conocedores del libro Sagrado y solo imbuídos de su religiosidad traducida en plegarias y devociones.
Tal vez hoy día se han nivelado las cosas un tanto, y como dicen por ahí, ya no agarran “asando batata” a cualquier miembro de la Iglesia Católica, en cuestiones bíblicas.
Pero la cuestión no es solo llevarla, sino como hemos dicho, dejarse llevar, pues la Biblia no es un libro de exhibición, sino de acción, que capacita al creyente para saber actuar en nombre de Dios en medio de este mundo. Le comunica la Buena Nueva de salvación de Cristo y lo pone en camino hacia su Señor.
Es lamentable y de muy mal gusto ver gente que está en entredicho moralmente, por actos corruptos, llevar una Biblia, decirse que es un conocedor de ella, citarla incluso demagógicamente para su defensa, entonces uno se pregunta: ¿Dónde la tenía antes?, ¿Qué era lo que leía?, ¿Qué era lo que interpretaba?, la respuesta es que solo la llevaba, solo la exhibía, y si algo leía, caso omiso hacía a su mensaje o acotejaba su interpretación a sus intereses, y si encontraba algo que fuera claro y evidente, directo a su conciencia, seguro que lo acallaba, pues como dice el Apóstol, la Palabra de Dios no está encadenada (2Tim 2,9) y menos la que está contenida en este Libro Sagrado.
A nivel de nuestra nación, llevamos la Biblia en nuestro Escudo, y hay quienes quieren que la quiten por razones ideológicas, pero lo interesante es que nuestro proyecto de sociedad, en sus comienzos iba muy de la mano con la fe y con la Palabra de Dios. Ciertos intereses lo troncharon, y todavía hoy nuevos intereses lo impiden, pero si el pueblo dominicano se dejase llevar por los sanos y santos valores que enuncia la Palabra de Dios contenida en la Biblia, otro gallo cantaría en nuestro patio. Tal vez todos estos escándalos de corrupción y las mafias que manejan las instituciones del Estado y más, no estarían presentes entre nosotros, y la justicia, la equidad y la paz fueran nuestro norte y no la desaprensiva vocación de querer sustraer lo que es de todos, para beneficio y proyectos individualistas, en desmedro de la Patria.
La Biblia está en el centro de nuestro Escudo, como debe estar en el centro de nuestro corazón, guiando nuestro actuar en sociedad y contribuyendo al bien común del país.
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