En estos días de pandemia, me ha tocado pasar por algunos lugares y preguntar por algunas parejas conocidas, y me han dado la triste noticia de que algunos han muerto, dejando tras de sí a un viudo o alguna viuda en la soledad y la tristeza, pues cuando se lleva al parecer tantos años al lado de una persona compartiendo todo basado en el amor, la partida de uno de los dos deja toda una estela de soledad, que llega hasta hacer pensar que el que se ha ido en cualquier momento puede regresar.
Son muchos los viudos y viudas entre nosotros. En la Biblia se habla de las viudas y no de los primeros, su posición en aquella antigua sociedad estaba muy en correlación con la situación de la mujer. En el mundo judío de la Biblia, la mujer no estaba en una situación ventajosa frente al varón, ya que aquella era una sociedad sumamente patriarcal y machista, una mujer valía por el hombre que tenía a su lado. Sobre ella pesaban los trabajos más duros de la casa, y muchas veces guardaba el rebaño y trabajaba en el campo, hacía el pan, hilaba, etc. Los asuntos públicos no eran muy propios de ella, aunque en la Biblia tenemos el ejemplo de Débora y Yael (Jue 4-5), Atalía (2Re 11) y los libros de Judit y Ester.
La gran estima por la mujer estaba en el ser madre, con la consiguiente sujeción y obediencia a su marido, y su desempeño en el hogar (Prov 31,10-13. 19-20. 30-31), en consecuencia, por lo dicho por el Génesis de que Dios había creado a la mujer como ayuda adecuada para el hombre (Gen 2,18.24), pero en sí era inferior al hombre.
Entonces, si una mujer tenía su valía por el hombre que estaba a su lado, la situación de las viudas presenta ciertas particularidades. Al enviudar una mujer debía llevar ropajes de luto, en ciertas circunstancias seguía ligada a su marido muerto si no tenía descendencia, por la famosa ley del levirato, de tener un hijo con un cuñado, y ese hijo sería hijo del difunto para que su nombre perviviera en Israel.
También podía volver a convivir con su familia paterna y por motivos económicos podía volver a casarse, pero generalmente esto no era posible y en algunos casos estaba prohibido.
En definitiva, su situación era insegura, y era frecuente que una viuda cargada de hijos se hallaba en condiciones miserables. De ahí la gran limosna de socorrer huérfanos y viudas abogado por los profetas (Is 1,17; Jer 7,6; Miq 2,9); aunque algunos de los hijos en mayoría de edad podían protegerla y cuidarla (razón de ser del milagro de Jesús de la resurrección del Hijo de la Viuda de Naín en Lucas 7,11-16). Podían también ser víctimas de la corrupción y de las injusticias, como el caso de la parábola de la viuda y el juez inicuo (Lc 18,1-8), la viuda no podía pagar al juez para que le hiciera justicia, por eso insistía, era su única posibilidad, posiblemente ante alguno de los hermanos del muerto que querían quitarle alguna posesión, según el parecer de algunos.
El asunto es que en los textos bíblicos, sobre todo de los profetas y en tiempo de Jesús, las viudas eran unos de los pobres más pobres (Mc 12,42-44 y Lc21,1-4).
Más adelante, en la primitiva comunidad cristiana se le sostenía (Hech 6,1ss), y se les visitaba en sus problemáticas (Sant 1,27) y posteriormente se asume a partir de su status cierta ministerialidad (1Tim,5,3-16).
En nuestras comunidades hoy día tenemos muchas mujeres solas por su viudez. Se ha ido el compañero de su vida, pero la fe en Dios le sostiene y le fortalece en este andar solas en la última etapa de su vida.
Se han creado algunas vivencias comunitarias para acompañarles, pero siguen siendo pobres, pues aunque algunas tengan muchos bienes materiales o lo suficiente y necesario para vivir, pero están carentes de ese ser humano que les amó en nombre del Señor, y le dio sentido a su vida y a su existencia.
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