En nuestra entrega del pasado domingo comenzamos a compartir algunas claves de lo que se define en psicología como una “familia funcional”, esa que sin ser perfecta, procura el desarrollo y el crecimiento de sus miembros y se fortalece con la vivencia de determinados valores y prácticas.
En complemento a las ya esbozadas, comparto otras, que en modo alguno pretenden ser, como ya se indicara anteriormente, un recetario de manual, pero sí sencillas sugerencias para continuar caminando.
4.- Una familia funcional practica la empatía. Aunque el vocablo parezca un tanto “dominguero”, se entenderá fácil su significado si decimos que la empatía consiste en “ ponerse en los zapatos del otro”. ¿No conocemos y sabemos de familias, donde tristemente, cada uno de sus miembros vive cual si fuera una isla independiente? Falta amor, respeto y consideración entre sus miembros.
5.- Una familia funcional practica la humildad y la autocrítica y perdona. Parece una constatación simplista, por obvia, decir que “no somos perfectos”, pero, ¡cuánto se olvida! Somos excesivamente impenitentes con los defectos y errores de los demás y demasiado indulgentes con los nuestros. Es grandeza de espíritu reconocer con humildad nuestros fallos lo mismo que trabajar duro para enmendarlos, pero sin convertirnos en censores e inquisidores de los demás y, muy especialmente, de los que conviven con nosotros. Una familia crece cuando en ella hay espacio para la autocrítica y el perdón.
6.- Una familia funcional dedica momentos de calidad para compartir. Una familia funcional, encontrará siempre momentos propicios para compartir y celebrar. Sabe que existen rituales y costumbres que no deben perderse, como es el cumpleaños de cada uno de sus miembros, las graduaciones, el logro de cualquiera de sus miembros. Estas prácticas unifican, crean sentido de pertenencia.
Es una pena comprobar que los teléfonos inteligentes y el uso indiscriminado de las redes sociales han ido mermando, en no pocas ocasiones, los espacios de calidad que la familia debería dedicar a compartir. Todos hemos sido testigos de ocasiones en las cuales, al asistir a un restaurant o una reunión social, vemos cómo están varios miembros sentados a la mesa, pero no se miran entre sí, no dialogan ni comparten, cada uno está pendiente de su dispositivo celular. Tal vez por ello ha dicho alguien con razón que las nuevas tecnologías “alejan a los cercanos y acercan a los lejanos”.
7.- Una familia funcional aprende el valor de las crisis y sabe aprovecharlas como oportunidades de crecimiento. Hoy está muy de moda la palabra “resiliencia”. Suena también un tanto dominguera, pero es de fácil comprensión cuando se explica. Consiste en la capacidad de superar situaciones difíciles, las cuales, en muchas ocasiones, podríamos, incluso, considerar como “traumáticas” y que pueden ir desde la pérdida de un empleo, afrontar la muerte de un ser querido; una quiebra económica y tantas otras adversidades que nos sobrevienen, las más de las veces cuando menos las esperamos.
Las crisis, aunque no pocas veces son vistas como un peligro, pueden ser también oportunidades de crecimiento. Las mismas nos enseñan a apreciar el valor de la solidaridad; a desarrollar capacidades y actitudes que muchas veces dormitan en nosotros cuando permanecemos en nuestras zonas de confort. Las crisis nos hacen más fuertes, seguros y capaces cuando aprendemos a afrontarlas y superarlas.
8.- Una familia funcional promueve hábitos sanos de vida entre sus miembros. Las adicciones, en sentido general, en cualquiera de los miembros de una familia, dañan su convivencia y su armonía. Un principio elemental de la terapia familiar sistémica nos enseña que “cuando uno de sus miembros enferma, toda la familia enferma”. De ahí la importancia de prestar la debida atención al surgimiento de posibles comportamientos adictivos, para los cuales es importante que la familia, convertida en red de apoyo, pueda actuar de forma eficaz y oportuna.
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