El trajinar diario y un mundo que tiende cada vez más hacia la especialización, hacen que la concentración se nos vuelque, absorta, hacia aspectos específicos de la vida, del conocimiento e incluso de los hobbies. Distrayendo la mirada de lo cotidiano, se mueve el pensamiento hacia la frase que se convierte en el título de este artículo, la cual pende más sobre los fundamentos literarios que teológicos, sin embargo, se entrecruzan entre sí.
La Generación desencantada inició por los años de 1970 con un grupo de poetas, narradores, ensayistas y dramaturgos como un rechazo a la situación socioeconómica y política de Colombia. El desencanto por la realidad de pobreza, el escepticismo, la perplejidad ante el monopolio económico, de un lado y la ruina, del otro, o la brecha entre ricos y pobres, no solo abarcó los periódicos y llenaron las calles de América Latina de protestas y sangre, sino que encontró eco en la Generación desencantada (desde la Literatura) y en la Teología de la Liberación (desde la Iglesia Católica).
María Mercedes Carranza, una autora de esta literatura, afirmó: “Yo diría que en mi caso más que desencanto, mi tema es el deterioro. El deterioro de las esperanzas, el deterioro de las creencias, el deterioro del amor, el deterioro en todos los sentidos”. Medio siglo ha pasado desde entonces y a nuestras amadas tierras de Duarte, Bolívar y otros tantos, le siguen robando su dinero, su futuro y sus esperanzas. Presidentes van y vienen. Sistemas políticos socialistas, capitalistas, comunistas, reformistas, liberales y, al mirar hacia atrás, caemos en la cuenta que nos arropan las mismas penas, los mismos problemas, los mismos engaños. Una cosa ha cambiado: de un lado, tenemos nuevos ricos fruto del robo al erario público, la corrupción y la impunidad y, del otro, nuevos pobres, víctimas de las dependencias, la mano extendida y de la insensibilidad de quienes han alcanzado cargos públicos y olvidado a sus electores.
Detrás de África Subsahariana, que posee el record de matrimonio infantil con un 39%, a la República Dominicana le alcanzó el deshonor del segundo puesto, a nivel mundial, con un 37% de niñas y adolescentes menores de 18 años y un 12.5% menores de 15 años de edad, casadas o en unión libre. Se escuchan voces que gritan: “Niños cuidando niños”. Y, como si no bastara, una nueva estocada buscan inferirle al ya esquelético cuerpo político dominicano, con el canto de Sirena enarbolando progreso y modernidad a través del derecho al aborto, como si asesinar a un indefenso se le pudiera llamar defensa de la vida a la cual todos tenemos derecho: la madre enferma, la niña violada y la nueva creatura que apenas flota en el líquido amniótico. Los coros de los sensatos se unen a José Luis Perales y se preguntan: “¿De quién será la culpa?”
A las Pandemias del robo de la Cosa Pública, del Matrimonio Infantil, del aborto, vino a unirse la Pandemia Covid-19, que ahonda aún más los sufrimientos, y ya ha generado 34 nuevos millones de desempleados en la Región, para seguir desangrando nuestra esperanza, a través de “las venas abiertas de América Latina”, a decir de Eduardo Galeano.
El mundo está a la expectativa del hallazgo de la vacuna contra la Covid, pero necesitamos más urgentemente aún vacuna para la esperanza, la fe y el amor; recuperar el primer lugar perdido como el pueblo más alegre del mundo y del compromiso de aportar para mejorar, desde el lugar de cada quien y revertir esta “generación desencantada” de dominicanos que se sienten desfallecer ante la lucha, que patina y patina, por un país mejor y ruega, al mismo tiempo, que Jesús no se vuelva a preguntarnos: “¿Con quién compararé a los hombres de esta generación?»” (Lc 7,31).
Se buscan personas de buena voluntad, ciudadanos, funcionarios y dominicanos que levanten la mano para cambiar este panorama sombrío, de desencanto y desesperanzas y los cristianos están llamados a estar en primera fila: “Ustedes son la sal de la
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