La Biblia nos llega a nosotros de la mano de la colonización de nuestro continente. Se dice que Colón llevaba consigo una Biblia, la cual leía todas las mañanas a sus compañeros de navegación. Muchos ven en esto algo de leyenda, por las condiciones de la época y por el interés del conquistador y el tipo de gente que le acompañaba. Será ya en las manos de los misionarios franciscanos, dominicos, jesuitas y de otras congregaciones religiosas cuando en sí llegue la Biblia a nuestras tierras, valorizándose la predicación sobre la misma, más que en el texto directamente dicho, en ambientes católicos, los cuales tendrán su gran empuje con el Concilio Vaticano II.
El protestantismo en América Latina priorizará la divulgación de la Biblia. El protestantismo de la inmigración trajo la Biblia junto con la propia tradición eclesiástica reformada. Con cada movimiento misionero, las iglesias adquirieron formas latinoamericanas, que recientemente se manifestaron en las diversas iglesias y movimientos. El protestantismo norteamericano tuvo gran influencia en el movimiento de expansión misionero realizado en el sur del continente. Motivados por la idea de América Latina como tierra de misión, sociedades misioneras protestantes hicieron esfuerzos para evangelizar esas naciones en los siglos XIX y XX con una tendencia generalmente pentecostal.
Según Pablo Richard, históricamente, América Latina realizó grandes pasos hacia una hermenéutica propia de la Biblia, sobretodo en relación a las tradiciones de las Iglesias. Es notorio en los documentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, con la emblemática “opción evangélica preferencial por los pobres”. También se caracteriza por el método de ver, juzgar y actuar en el espacio creado por las Comunidades Eclesiásticas de Base (CEBs), pero, sobretodo, por el protagonismo de los nuevos sujetos de lectura, a partir de las diversas realidades de las poblaciones pobres.
Hoy día tal parece en su conjunto, que el reciente movimiento bíblico latinoamericano se caracteriza por la propuesta de una lectura ecuménica de la Biblia, en un intento de juntar fuerzas hacia una nueva hermenéutica. Aunque en cuanto a los protestantes en el último siglo, se popularizó el estereotipo del creyente que carga la Biblia debajo del brazo y argumenta con cadenas de versículos citados de memoria. Esas personas, denominadas creyentes son en general reconocidas como pentecostales y, más recientemente, como neopentecostales. Sin embargo, la lectura que hacen de la Biblia va más allá del estereotipo popularizado, usualmente es muy fundamentalista, al margen de los avances hermenéuticos sobre los textos.
Sin embargo, en la Iglesia nuestra hay un reconocimiento de la centralidad de la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia y se hace sentir en las últimas conferencias del Episcopado Latinoamericano. Esto se ha propagado por las diócesis, parroquias y comunidades, a partir de publicaciones, congresos, comisiones, campañas, escuelas, grupos de reflexión, círculos bíblicos y tantas otras iniciativas.
Merece un destaque particular la divulgación del texto bíblico con nuevas ediciones, traducciones y comentarios. Hay una apertura hacia los nuevos estudios y descubrimientos dentro de la teología bíblica actual, y sigue presente la inquietud de integrar Palabra de Dios y vida, de que Dios sigue hablándonos más allá de la Escritura, y otra convicción es la relación entre Escritura, Tradición y Magisterio. Sobre todo el Magisterio vivo de la Iglesia, al servicio de la Palabra, como escucha, guarda y exponente de esa misma Palabra.
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