Yo comencé en el Equipo Formador como encargado de la pastoral de los seminaristas; para ello visité muchas parroquias e instituciones de la Arquidiócesis de Santo Domingo para gestionar que recibieran a los seminaristas. También empecé como Formador inmediato del primer curso de filosofía, tarea que duraría muchos años. Entre las actividades que hacía con este grupo, estaba una caminata a Manresa Loyola. Al llegar compartíamos lo que habíamos visto por el camino, terminábamos con la Eucaristía, para regresar de nuevo a pie al Seminario.
Salían muchas cosas interesantes en el compartir sobre lo que habíamos visto. Esto se me parecía mucho a nuestra vida: camino y viático; trayectos jalonados e impulsados por la Eucaristía. A cada grupo entregaba un pequeño recuerdo de ese día, y conservo todavía algunos de ellos.
Traté de formar una pequeña biblioteca para uso del primer curso de Filosofía bajo mi cuidado. Se trataba de los libros de texto principales y un flamante diccionario Larousse.
No había puesto bien los libros en una salita, cuando ya faltaba el diccionario. De ahí en adelante inventé comprar cada año varios diccionarios Larousse para sortearlos entre los seminaristas del primer curso. Para esto conté con la consideración del amigo Carmelo Cuello, que entonces tenía la librería Casa Cuello en la Ave. 27 de Febrero. De estos diccionarios le tocó en suerte uno a Freddy Blanco, y se alegró tremendamente. Y sucedió que cuando lo enviaron, mucho después, como Vicario a la San Lorenzo, de Cienfuegos, Santiago, por algún motivo no tenía yo diccionario y usaba el mismo que le había proporcionado. Así es la vida.
Me asignaron las clases de Lengua Española de los dos semestres. No hay ni que decir lo que sufrí teniendo que dar clases sin la debida preparación. Para ello, el Padre Luis Oraá, sj, anterior profesor de la asignatura, me cedió muy gentilmente incluso sus apuntes personales. El buen amigo P. Oraá me favoreció siempre.
Algo importante para mí en este tiempo fue que, habiendo iniciado mi ministerio sacerdotal en un equipo, ahora pasaba a otro, lo cual he considerado siempre un privilegio. No es que yo sea fácil para la convivencia –de hecho, hice sufrir a varios hermanos– pero recibí mucho de cada uno de ellos, y cuando nos encontramos, hay una alegría que muestra que, a pesar de todo, algo bueno hizo Dios por medio y en medio de nosotros. Algo positivo era, que los seminaristas notaban que había fraternidad entre nosotros, y esto mismo constituía un elemento esencial y básico de toda la formación sacerdotal.
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