Era la celebración del IV Congreso Misionero Latinoamericano, COMLA IV, en la ciudad de Belo Horizonte, en Brasil. Estábamos en una especie de polideportivo, en una de las conferencias y actividades del encuentro, cuando a dos filas de mí, vi aquella figura menuda y delgada que miraba como buscando algo o alguien; en seguida le dije al que estaba a mi lado, que creo que era el P. Jorge Rober Dirocie, de Higüey, que era Pedro Casaldáliga, Obispo muy comprometido del Brasil, y que quería saludarlo.
Me acerqué, le saludé, le dije que era para mí un privilegio conocerle. Luego él me preguntó que de dónde era, le contesté que de la República Dominicana, Santo Domingo (ya que en el mundo nos conocen más así), y entonces me tomó la mano y la besó, diciéndome que había que agradecernos, “pues ahí comenzó nuestra fe”, y que somos gente santa. Me turbé un poco y atiné a decirle que el que debía besar la mano suya era yo, por todo lo que él iba haciendo por los más pobres del Brasil. Nos despedimos y luego al día siguiente nos volvimos a encontrar, le presenté a todo el grupo y volvió a decir, pero esta vez a todos, “que somos gente santa” y nos tomamos una foto con él, la cual debido a mis múltiples mudanzas, he extraviado y no he vuelto a encontrar.
En esta semana el mundo cristiano de América Latina y España ha sabido de la noticia de la muerte de Pedro Casaldáliga, el Obispo que besó mi mano, uno de los últimos Obispos-profetas de nuestro Continente, que vivió su pastoreo con verdadero olor a oveja, sobre todo el olor de las más pobres, desprotegidas y descuidas de nuestro mundo: los pobres, presentes en el indio, en el negro y en el campesino sin tierra de esas regiones agrestes del nordeste brasileño.
Pedro Casaldáliga supo vivir un episcopado atípico, como atípico era su lugar de trabajo, lleno de injusticias y desigualdades, pero lleno de Dios y esperanza, la cual trató de sembrar por medio del Evangelio hecho poesía y vida en él.
Recuerdo una vez que el portal de noticias católico Aciprensa, reportaba con alegría bochornosa, que el Papa de entonces había aceptado la renuncia al Episcopado por motivo de edad, como rige en el Derecho Canónico, de Pedro Casaldáliga, le escribí a su editor y dueño el peruano Federico Bermúdez, diciéndole que me retirara de los destinatarios de su portal, ya que no se veía bien lo que decía, pues Pedro Casaldáliga era un hombre de Iglesia y que había sabido como Obispo hacer presente a Cristo, a lo cual me escribió el señor Bermúdez diciendo barrabasadas contra él, pues a nivel institucional él tuvo sus dificultades y fue requerido por el Cardenal Ratzinger hoy Papa emérito Benedicto XVI, quien recuerda este evento el cual finalizó con Pedro Casaldáliga invitándolo a rezar.
De Pedro Casaldáliga nos quedan estos bonitos recuerdos, su poesía, su trabajo pastoral a favor de los desfavorecidos de hoy y sobre todo su testimonio de hombre de Dios, el cual se traduce en su trabajo por la Iglesia como sacerdote-misionero y Obispo-profeta; tuvo larga vida y supo emplearla en la vocación a la cual Dios le llamó, como siervo fiel, siempre al lado de sus pobres y viviendo como tal, con una apertura universal, abierto al futuro cargado de esperanza para ir haciendo un mundo mejor, donde el Reino se haga sentir y donde la Palabra Dios este en boca de todos y sino en la manos que luchan por la justicia, la paz y el amor.
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