Mi “Testamento”

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Con motivo de mi cum­pleaños el 12 de agosto, escribí una especie de “testamento”. Resume lo poco o mucho que he aprendido des­de que nací. Por ejemplo,  he aprendido que los caminos tienen obstáculos y no siempre salimos airosos en el re­corrido. O nos levantamos y seguimos adelante o nos dejamos morir. La decisión es nuestra. He aprendido que el valor de las cosas es el que le damos, no el que tiene etiquetado o el que la fama pretende otorgarle.

He aprendido a seguir al Jesús libre y liberador, a res­petar la patria y valorar a mi familia y amistades, a amar y ser amado, a trabajar con pasión, a tener metas, a disfrutar haciendo el bien y sirviéndole a los demás, a actuar con honestidad, a emocionarme con la lectura y la música, a dignificar mi profesión y a aplaudir el ­talento y el éxito del prójimo.

He aprendido que si pienso que mis palabras o actuaciones pueden causar daño, guardo silencio y me quedo inmóvil. He aprendido que no se cumple para complacer a terceros; se cumple para estar en armonía con nuestras convicciones y pro­pósitos en la vida. He aprendido a simplificar las cosas y a ocupar­me y no preocuparme de los problemas, si es que en realidad existen, pues muchos son producto de nuestra imaginación.

He aprendido que la sencillez es espontánea y silenciosa. No se exhibe como un trofeo, porque eso la convierte en falsa. La sencillez brota íntegra de las miradas, de las sonrisas, donde cada gesto se expresa con armonía y naturalidad.

He aprendido que la intensidad del cariño a un familiar o a un amigo no depende de la frecuencia con la que compartimos, ni de la distancia que nos separe. Basta saber que esa persona está allí y que estamos dispuestos en cualquier momento a darnos la mano.

He aprendido a evitar a las personas ruidosas, a las que le temen a la paz; por igual a las se desviven por el verbo “tener” y no por el verbo “ser”, a las que se creen superiores a las demás. Esa gente en nada contribuye a nuestra felicidad. He aprendido que el verdadero amor motiva, nos hace avanzar, nos forta­lece para enfrentar las adversidades y nos nutre de ecuanimidad para asimilar los ­triunfos.

En síntesis, en estos años de vida he intentado aprender a conjugar como Dios manda los verbos vivir, servir, trabajar, estudiar, disfrutar, actuar, decidir y reflexionar.

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