Un aporte cristiano a la sociedad dominicana sería transformar la cultura, nuestra manera de abordar los retos de la vida diaria.
En este Caribe, estamos esclavizados por la ley del menor esfuerzo y sólo miramos el reto que tenemos delante de nuestras narices. Nuestras calles y avenidas están llenas de hoyos y baches, fabricados por el agua, taladro implacable, y su aliado, el peso de los vehículos. Por lo menos, la mitad del fracaso de nuestro sistema de drenaje, proviene de la basura que tapa los desagües. Preferimos gastar millones en la turbia tarvia electoral, material costosísimo, a poner remedio a largo plazo al problema de la basura.
¿Qué ciudades tendríamos si resolviéramos formar ciudadanos que disponen de su basura responsablemente? Si las autoridades castigasen de manera significativa a todo aquél que no manejase su basura de acuerdo a las normas establecidas, en este país tropical, las vías de tránsito estarían en mejor estado.
Pero esto supone que autoridades y ciudadanía van a perder tiempo, comodidad y aprobación, para ganar bienestar y ahorro. Hoy, Jesús nos enseña en el Evangelio (Mateo 10, 37-42), “el que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Hay que cambiar la cultura: renunciar a la comodidad de tirar a la calle los envases de plástico, o botar la basura suelta, que tapa los drenajes. Renunciar a la electricidad regalada y exigir que todos la paguemos, es perder simpatizantes, pero así encontraremos cómo financiarla. Emplear compañeritos gana votos, pero botamos el presupuesto. Perdamos a las figuras disfrazadas de resuélvelo-todo, para encontrar dirigentes, que con el cinturón apretado, rindan cuentas y exijan sacrificios. Así surgirá el consenso sobre la ruta a seguir. Entonces, juntos podremos echarnos al hombro la pesada cruz de este país pobre.