El apóstol San Pablo nos invita, en su carta a los Efesios (4,13), a que trabajemos para poder ser el “hombre perfecto” con la madurez que nos da la plenitud de Cristo. Es basado en esta carta que he desarrollado la propuesta de “Cristiano Coherente”, que no es más que aprender a llevar nuestra fe a todas las facetas de nuestra vida. En múltiples ocasiones nos pasa que sentimos la presencia del Señor mientra estamos en un retiro o en alguna jornada de adoración, sin embargo esa alegría, ese gozo, no perdura.
Las personas que llevan esa paz que sólo Cristo da en todas las áreas en las que se desempeñan, son modelos a seguir dentro de la comunidad de fe. Se destacan porque la humildad y la caridad les permite hacer un trabajo en beneficio de los demás que es difícil de imitar.
Basado en este concepto, comparto con ustedes cuatro hábitos que, desde mi experiencia, debe desarrollar todo creyente que quiera ser un Cristiano Coherente:
- Ser siempre agradecido
- Constante en la oración
- Estudio de la Palabra
- Obras de Caridad.
Ser siempre agradecido:
Todo aquel que ha sentido en su vida la infinita misericordia de Dios Todopoderoso, sabe que siempre nos da más de lo que necesitamos y que nunca nos juzga en función de todos nuestros pecados. En la Biblia encontramos múltiples citas que nos invitan a alabar al Señor y a ser agradecidos. Nos lo dice el salmista en el Salmo 103: “Bendice alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios”. El apóstol Pablo en su primera carta los a Tesalonicenses nos dice “estén siempre alegres, oren sin cesar y den gracias a Dios en toda ocasión; esta es, por voluntad de Dios, su vocación de cristianos”.
Quien vive en esa actitud de agradecimiento tiene más posibilidades de llevar una vida más serena, con menos ansiedad y mayor nivel de felicidad. Regularmente su actitud es más positiva ante las diversas situaciones que le presenta la vida, porque su esperanza está puesta en Dios y no en sus imitaciones.
Constante en la oración.
Este es un punto que pareciera lógico pues se supone que el cristiano DEBE ser constante en la oración. Sin embargo, la realidad de muchos de nosotros es que por momentos (a veces cortos, a veces largos) perdemos nos envolvemos en la cotidianidad y perdemos la constancia en la oración.
Es bueno ver lo que nos dice la Palabra de Dios al respecto:
San Pablo nos pide, en su carta a los Colosenses (4, 2): “Sean constantes en la oración, quédense velando en para dar gracias, oren también por nosotros….”. No nos dice que oremos de vez en cuando o solamente cuando vayamos a misa una vez a la semana. Pablo nos pide que seamos CONSTANTES en la oración.
El Salmo 145 (18) también nos dice que “cerca está el Señor de los que le invocan, de todos los que le invocan de verdad”. Si queremos sentir la cercanía del Señor en nuestro día a día, necesitamos dedicar tiempo real y planificado a la oración.
Jesucristo siempre sacaba un momento a solas para orar. Podemos tomar, a manera de ejemplo, a Marcos 1, 35 donde el evangelista nos explica que “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó salió y se fue a un lugar solitario. Allí se puso a orar”.
Estudio de la Palabra.
Actualmente tenemos la Palabra de Dios disponible tanto de manera impresa como digital. Diariamente podemos recibir textos y audios con las lecturas del día y hasta la homilía. Con todas estas facilidades, lo mínimo que podemos hacer es leer las lecturas del dia diariamente.
Además de eso, sería recomendable que busquemos entender mejor el mensaje que nos trae la Palabra. Para ello es bueno participar en los cursos que se ofrecen para explicar con mayor profundidad a los profetas, a San Pablo, los Evangelios, etc. Sacar el tiempo, aunque sea una vez al año, nos permitirá saborear más el mensaje y entender mejor lo que el Padre nos quiere decir. El hábito de la lectura no es tan común como quisiéramos ser en nuestro país, pero el deseo de conocer mejor el mensaje de Cristo debe ayudarnos a desarrollar la costumbre de leer la Palabra de Dios frecuentemente.
Obras de Caridad.
El catecismo de la Iglesia Católica define la caridad como la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, por amor de Dios. Los frutos de la caridad son el gozo, la paz y la misericordia.
San Pablo, en su primera carta a los Colosenses (13, 3-7) nos dice: “Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos y acerca de la cual fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio”.
El mismo Cristo, según nos relata el evangelio de San Mateo 25, 35 nos plantea una parábola donde nos invita a la caridad con los más necesitados. “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.”
El cristiano que es incapaz de demostrar su amor al prójimo a través de la caridad no ha entendido lo que nos dice el apóstol Santiago: “La fe sin obras está muerta.” Dediquemos un poco de tiempo para analizar este tema y, si creen que tiene sentido, que comencemos a realizar los ajustes de lugar a fin de poder ser #CristianosCoherentes.
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