Monseñor Emmanuel Clarizo Conciliador eficaz en nuestras desavenencias patrias

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SEPTIMa parte

 

La desconsiderada campaña contra Monseñor Clarizio continuó indeteni­ble. Si como vimos en la entrega anterior, los ataques emanaban virulentos de la pluma de un periodista abanderado de la causa ­constitucionalista, el 25 de mayo de 1965, a través de Radio Santo Televisión, se emitían mordaces comenta­rios poniendo en entredicho su misión mediadora, esta vez provenientes de los sectores más conservadores, acusándole de estar tendenciado a favor del bando re­volucionario. Se expresaba en el mismo:

“La parcializada actua­ción del Nuncio de Su San­tidad en la sangrienta crisis dominicana, ha producido sus naturales revuelos. Tan­to en sectores del catolicismo, que aglutina en su seno a la inmensa mayoría del pueblo dominicano, como en los ambientes políticos, ha causado extrañeza, raya­na en la indignación, la actitud asumida por el Repre­sentante de la Santa Sede, conscientes como se hallan esos vastos sectores de la opinión pública nacional, de que la misma no sólo está en pugna con los principios religiosos que profesan los más, sino también con la dignidad de que se halla investido Monseñor Em­manuele Clarizio”.

“A la perspicacia de quienes integran esos círculos no ha podido escapar la encubierta inclinación que, desde los albores de esta lucha fratricida, experimentó el Nuncio de su Santidad por la facción parapetada en actitud de rebeldía en el centro de la capital dominicana, y entre cuyas filas terciaron, en comprobado contubernio, los llamados cons­titucionalistas y elementos de los clanes más agresivos del comunismo criollo y foráneo”.

“Negarse a aceptar, en base a los alegatos de expertos simuladores, el matiz netamente comunista del movimiento surgido aquí la tarde del 24 de abril último, es situarse en plano nada objetivo ante la realidad de lo que ha ocurrido y está ocurriendo en la República Dominicana.

“De ahí el estupor con que nuestra colectividad católica ha seguido paso a paso las gestiones emprendidas por el Nuncio papal en su calidad de Decano del Cuerpo Diplomático”.

Se reconocía, además, en el referido comunicado que: “aunque en principio… su valiente labor y sus pronunciamientos radiales en los albores de la crisis, llegaron a los hogares dominicanos como verdaderos mensajes de paz y tranquilidad… su postura arrogante y nerviosa de intervenir en asuntos tan delicados, le hizo granjear una general repulsa de todos los que, empeñados en los mismos fines, se veían obli­gados a intervenir directamente”.

Según su criterio “el des­collante papel de Clarizio opacó el papel del Cuerpo Diplomático, debido a que su labor, como Decano del mismo, era “unipersonal y autoritaria”.

Aunque significaba que “Clarizio llevo a cabo múltiples actividades, llegando a  dedicar 18 horas diarias para negociar con los bandos en pugna; convirtiendo su sede diplomática en una Cancillería de asuntos bélicos y mediaba abiertamente en todos los asuntos de su competencia o fuera de ella”, no por ello, al  propio tiempo, dejaba de enrostrarle que “ su soberbia y trato repulsivo de negociador por excelencia y árbitro único de la contienda, lo situaron en un plano de abierta crítica, tanto de los sectores democráticos del país como en el mismo ambiente clerical a que pertenece”.

Más allá de las fortalezas y debilidades de su personalidad, conviene considerar en este punto la complejidad del contexto en que corres­pondió a Clarizio asumir su misión, delicado papel que, salvadas las circunstancias, correspondería también a su predecesor Monseñor Lino Zanini.

Ambos debieron dar cumplimiento a las directrices de la Santa Sede en momentos en que la socie­dad y la iglesia y la sociedad comenzaban, a tientas, a reencontrar su auténtico perfil y a redefinir un nuevo rumbo después de 31 años de impronta totalitaria.

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